Imagínese que va por la calle y encuentra un par de sillas. Alguien está sentado en una de ellas, le invita a sentarse, usted acepta porque hoy le ha dado por ahí, ese «alguien» se acerca a su oído y le recita bajito…
«Nace el arroyo, culebra/que entre flores se desata,/y apenas, sierpe de plata,/entre las flores se quiebra,/cuando músico celebra/de las flores la piedad/que le dan la majestad/del campo abierto a su huida;/¿y teniendo yo más vida/tengo menos libertad?.»
Lo que ha ocurrido es que se ha encontrado con un susurrante. Quien lo ha probado, repite. La sensación inigualable de que alguien desconocido «irrumpa» en el espacio íntimo de una persona con su voz, su ritmo poético y el calor de su aliento parece demoledor, en su acepción emocional y positiva .
Sergio Blanco, dramaturgo uruguayo-francés, ha sido el artífice de esta acción poética que, desde 2014, se lleva a cabo con éxito rotundo en diversos festivales dedicados a la lengua y la literatura. Curioso que en un mundo en el que impera el ruido y el griterío combinado con la tendencia a aislarse en la soledad de mi móvil y yo; incluso en una época donde existe la atracción por mantener relaciones cibernéticas, asépticas y distantes…algo como Susurrantes funcione así de bien.
Pero…¿Por qué poesía y no otro género? Quizá porque el ritmo está más marcado, porque su sonoridad crea un clima más cálido en el que dos desconocidos pueden sentirse más cómodos o porque Sergio Blanco, a la hora de parir creaciones como ésta u otras, sabe que van a funcionar porque su punto de partida es la frase rotunda de un poeta:
“Todo cuanto es mío también es tuyo / porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca”. Walt Withman.
Quizá tengan la fortuna de que un susurrante le diga algo así, un día que usted esté paseando…pero si prefiere ir a tiro hecho y próximamente tiene pensado ir a Bruselas, entonces tiene una cita:
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