Conocí a Roberto Álamo en la promoción de la estupenda Que dios nos perdone. Semanas más tarde, leyó un guión mío (televisivo) que le entusiasmó. El protagonista era ideal para él y hubiese hecho algo muy grande pero nadie se interesó por el proyecto, una verdadera lástima.

Álamo se curtió en Villaverde Alto e iba para delineante, pero Cristina Rota y su escuela de interpretación lo cambiaron todo. En ese encuentro me habló de su culto a Brando. Se levantó de su silla y se apoyó en el respaldo de forma rígida. “Hasta la llegada de Brando, todos los actores del mundo hacían esto y llegó él e hizo esto”. Entonces cambió el rostro y acarició el respaldo de la silla. “Brando dijo: soy bello, soy frágil, soy femenino y soy heterosexual”. Se equivocó en una cosa: Brando era bisexual y su apetito sexual solo fue igualado por su ansia por las tarrinas de helado.

Álamo me recordó también a aquel Brando inmensamente gordo de El principiante, una parodia de El padrino. “Cogía nueces para partirlas con sus manos. No son cualquier cosa las manos de Brando”. Entonces le hablé de otras manos tan expresivas como las de Brando: las de Pacino. Le gustó el ejemplo y concluyó: “Hay tres manos masculinas claves: las de Brando, las de Pacino y las de Mickey Rourke, tres actores que son conscientes de que el cine es un refinamiento de la realidad”.

También hablamos del documental Listen to Me Marlon, montado con el archivo personal del actor con cientos de grabaciones realizadas durante toda su vida. En él comprobamos que Brando no buscó fama, solo dólares para ser libre. El día de su muerte, Larry King recordó que en su casa no había carteles de sus películas ni premios. Ni rastro de sus dos Oscar, sus cinco Globos de Oros, sus tres BAFTA, su premio en Cannes, su David di Donatello, su Concha de Oro, su Emmy… nada.

Este documental muestra que Brando nació tocado, torcido. Entristece ver el irreparable daño que puede hacer, de por vida, una madre alcohólica y un padre violento, repugnante, mezquino, mediocre. Todo eso Brando supo usarlo, supo canalizar su ira interior. Y su eterna obsesión y su certeza fue que todos actuamos, todos interpretamos, desde críos, desde la mañana, día tras día. Para sobrevivir.

En Listen to Me Marlon el actor dice algo precioso y es aplicable a cualquier artista: “En la vida todo son rutinas y en el cine todo son clichés. Cuando un actor se para y la cámara con él sabes que va a dar el beso a la chica. Otra cosa era Jersey Joe Wallcott, genial boxeador. Nunca te dejaba ver por dónde iba a atizar a su adversario. Nunca permitas que el público sepa por dónde vas a salir, deja que llegue ese momento y déjalo volar. ¡Dales, túmbalos! Busca lo que nunca se ha hecho antes”. Es justo lo que él hizo y nadie ha sabido superar jamás.