«Estos cuadros parecen fotografías y para eso, Jaime, ya está la cámara de fotos». Un veredicto, ante el tribunal, presentando el proyecto final de la carrera de Bellas Artes en Cuenca. Un conjunto de imágenes hiperrealistas diseñadas por Jaime Sanjuán Ocabo que a un profesor le parecieron insuficiente para un sobresaliente. Pero lo que en su día le pareció injusto a un Jaime inexperto, hoy son la clave para haberse convertido en un artista consagrado. El arte digital, su herramienta, porque gracias a un iPad consigue crear los diseños tan impresionantes que comparte con nosotros. El aviso de ese profesor, es lo que ha tenido siempre en mente desde entonces.
«Siempre he pintado con los dedos, incluso cuando pintaba cuadros al óleo o al pastel. Ambas técnicas permiten meter mucho detalle. No me siento muy cómodo con las técnicas más rápidas». Al salir de la burbuja de la carrera, se enfrentó a la realidad de la dificultad de encontrar un espacio amplio para pintar. Por no hablar del coste económico que supone la pintura al óleo. «estás más pendiente de pagar facturas o pagar el alquiler que de ponerte a comprar las herramientas y estuve 4 años sin pintar nada».
«Estuve durante 4 años sin pintar nada»
Cuenta cómo su pareja le regaló el iPad que ahora es la base de su disciplina y le dijo: «no hay nada más horrible que un artista que no es capaz de crear arte. Tienes que volver a pintar». Pero reconoce que no le atraía nada la idea de la pintura digital por considerarla fría e impersonal. Casi un año sin tocar el dispositivo, casi por compromiso cuando a uno le regalan algo, comenzó a utilizarlo.
«El hiperrealismo siempre me ha gustado muchísimo. Uno de mis artistas favoritos es Antonio López«. Comenta entre risas que no sabe qué opinaría él de la pintura digital. Sin embargo, aunque sus primeras obras digitales eran hiperrealistas, se dio cuenta de que estaba cometiendo un error conceptual «terrible», porque «no tenía ningún sentido». Se refiere a que en el campo digital, sus primeros cuadros eran tan realistas que no se diferenciaban absolutamente nada de una fotografía. Ni en el soporte ni en el medio: «al final yo terminaba con un archivo exactamente igual que una fotografía. Por eso empecé a añadir elementos surrealistas, cosas que no pueden ocurrir en una fotografía como objetos que se licuan, cosas que flotan…» Fue precisamente esa temática lo que hizo evolucionar el mensaje de sus obras que ahora son su seña de identidad.
Por ejemplo, una de las obras que utiliza en sus exposiciones es Tempus Fugit, esta obra en la que tres personajes, que son en realidad la misma persona, observan el reloj de arena por el que se escapa el tiempo.
El cuarto personaje, el que no se ve, es el espectador mismo que si se fija, se sorprenderá al cerciorarse de que el efecto es el mismo que el de la Mona Lisa, que se ponga donde se ponga el cuadro le está mirando. «Me da bastante rabia la muerte. No le veo ningún sentido. Me parece una maldición que se nos de el conocimiento de saber que vamos a morir».
Es la teoría sobre la que se asienta la obra, que nos presenta ese reloj de arena, siempre presente en sus obras escondido pero que en este cuadro es el elemento principal. «En este caso no es tanto el miedo a la muerte sino esa gente que se dedica a dejar pasar el tiempo. Esta especie de muertos en vida que se han rendido. Todos miran al espectador en función de donde se coloque frente a la obra y tú eres el cuarto y el señor del centro te está mirando directamente a ti«. Las mariposas muertas que rodean a este reloj de arena, simbolizan la reflexión del propio artista sobre los animales que tienen una vida muy breve pero tampoco se plantean si su vida tiene sentido. Uno de tantos cuadros autobiográficos que componen su obra: «Mi pareja, muy lista, me dijo, Jaime, tú tienes que pintar sobre lo que sabes y lo que sabes es tu vida. Pinta tu forma de ver las cosas».
Para sus creaciones, comenzó utilizando la ProCreate, que le acompaña hoy en día en todas sus creaciones. Una aplicación que se comporta como la técnica pastel en cuanto a cómo se comportan los colores. La peculiaridad reside en las ventajas «tiene herramientas que son impensables en la pintura», como por ejemplo el uso de capas. En la pintura analógica el artista debe pintar de atrás a adelante, comenzando por el fondo y continuando con los detalles que se acercan al punto de vista. «Mi pintura es inversa a la pintura tradicional. Primero hago un dibujo muy básico, muy esquemático sin meterle detalles, y coloco esa capa delante para no perder nunca el dibujo». Con un fondo negro o gris muy oscuro, Jaime va a añadiendo luz a este lienzo digital para conformar el diseño final. Justo lo contrario que en una pintura al uso, donde el lienzo es blanco y lo que hace el artista es restarle luz.
Jaime dedica entre 100 y 150 horas para cada cuadro y produce una media de 10 obras al año
Así, en esta pintura digital el siguiente paso es rellenar cada objeto con un color base y, gracias a las herramientas que le dan las nuevas tecnologías, con un bloqueo del canal alfa las áreas transparentes de la capa se mantienen y el artista puede pintar sin miedo a estropear el dibujo. Incluso puede permitirse pintar el fondo al final, cosa que en un lienzo sería imposible «el fondo condiciona la luz que va a tener el cuadro y lo pinto al final para que no contamine lumínicamente el trabajo».
Entre 100 y 150 horas para cada cuadro con la vista centrada en la pantalla. Pese a eso, el oculista no le ha dicho que tenga que llevar gafas, por el momento. El zoom, su mayor aliado, porque le permite colocar cada objeto dominando por completo la pantalla y concentrarse en cada uno de manera individual. Algo que con un lienzo analógico sería impensable: «cuanto más pequeño es el pincel, más tengo que ampliar la zona de trabajo. Eso me permite meter detalles muy finos pero el inconveniente frente a la pintura tradicional es que se pierde el concepto global. Nunca veo la obra al completo mientras estoy pintando».
Hace unas semanas terminó el cuadro que hemos escogido para la portada, donde un ave parece estar susurrándole algo al oído a la protagonista. Como tantos consejos le han susurrado al propio Jaime al oído que le han ayudado a convertirse en el artista que es. El del profesor de la carrera, y también el del galerista que un día le preguntó la cantidad de cuadros que pintaba al año para dejarle entrever que los cuadros tenían que ser únicos, porque el mundo del arte se satura con facilidad. Un detalle que no se planteó en su día pero que ahora ha provocado que solo haga una copia única de cada obra. Que es la que se expone en las galerías. «Mis cuadros son esa copia impresa». Todo para que el mercado del arte y las galerías se sientan más cómodas al comercializarlo puesto que reconoce que tanto las galerías como los coleccionistas no se acaban de sentir cómodos con la pintura digital por la reproductibilidad. El reto para el futuro: encontrar la herramienta para insertar la obra digital en las instituciones.
Más de Cultura ¿y menos de qué?
Menos maldad. Recordando la cita de Rousseau que dice: «El hombre nace bueno pero la sociedad lo corrompe», Jaime cree que la sociedad en la que nos ha tocado vivir cada vez es más competitiva, más individualista y más oscura. «Si hubiera más cultura y menos maldad el mundo sería un lugar mejor».
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