Es época de turrón, de perfumes, de luces, de adornos por encima de nuestras posibilidades: de consumismo. Las corrientes artísticas en muchas ocasiones quieren decirnos algo, por eso hay muchos artistas que han reflexionado sobre uno de los grandes obstáculos en la felicidad de una sociedad capitalista: el consumismo.

Hace poco veíamos como el famoso artista callejero británico, conocido como Banksy, emprendía una de sus acciones de denuncia con un graffiti sobre el sin hogarismo. Su escenario, una pared en la localidad de Birmingham. Dos renos de Papá Noel que, en lugar de arrastrar un trineo, se encuentran tirando de un banco donde duerme un mendigo.

Pero también hay otros que reflexionan sobre estos asuntos. Por ejemplo, el español Vermibus, cuya obra se basa en acciones de arte callejero modificando los soportes publicitarios de las ciudades. ¿Cuál es el objetivo? deformar los rostros que representan el consumismo.

Así, todas esas imágenes de modelos que venden perfumes, estética o éxito, el mallorquín los deshace con líquido disolvente para conseguir formas distintas y provocar la reacción en el transeúnte.

Como ya lo estarán imaginando, su arte no es del todo legal, por lo que como cualquier otro artista callejero, al margen de sus exposiciones la labor realizada en las calles no permanece mucho tiempo.

El americano Walter Robinson también dedica su obra a este menester. En su porfolio encontramos diseños curiosos y originales a modo de esculturas que representan las diferentes formas de consumismo del ser humano.

Tomando como base símbolos de la cultura pop, utiliza elementos como biberones, chupa chups, tazas para el café…etc. Su objetivo es impactar en los espectadores y hacerles pensar sobre los límites del consumismo donde están inmersos.

El artista australiano Ben Frost también ha reflexionado en alguna ocasión sobre esto con su serie «Know your product» por la cual trabajó con los envases de los productos más conocidos dentro del mundo de las marcas de comida rápida, cereales o medicamentos.

Su labor se basó en insertar personajes sacados del imaginario de la cultura pop para conformar un trabajo de lo que se conoce como «culture jamming«, es decir, acciones que consisten en la apropiación de algunas marcas o iconos culturales con las que la intención es precisamente restarle peso a esos símbolos.

En este contexto, la crítica es hacia la propia iconografía comercial que invade todo el consumo. Un repaso al exceso de mercantilización, el poder de la publicidad, el consumismo desmedido o la medicalización que domina nuestras vidas. Lo más llamativo del artista es que con sus acciones y la utilización de elementos de las marcas, pone en jaque al copyright de la cultura norteamericana.

Son algunos ejemplos de cómo el arte, que en muchas ocasiones bebe precisamente de la propia sociedad de consumo, en otras, se planta para provocar reacciones en el espectador. Así, con acciones llamativas y utilizando elementos propios del imaginario colectivo, consigue que el espectador se haga preguntas. Y, aunque, en el mayor de los casos no llegue a cambiar nada en sus hábitos de vida, el pensar no está de más.