Hay un envío pendiente y las cajas se amontonan en nuestra oficina. Cada vez que miro hacia arriba y veo la estructura que han formado me hace plantearme lo incómodo que puede llegar a ser un muro. Embarga un espacio, se carga las vistas y separa territorios. Puede ser incómodo antes incluso de existir, como en el caso del de Trump.

En el 29 Aniversario de la caída del muro de Berlín, esto, bien podría ser una entrevista, porque las paredes de algunos muros tienen mucho que decir sobre lo que han visto a ambos lados. El Arte, en su mayoría con forma de grafiti, les da voz.

Cualquier fan de Amaral sabrá que existe una canción preciosa y dolorosa al mismo tiempo que plantea «si las calles pudieran hablar, de lo que nadie cuenta». Eso es precisamente lo que hacen los muros en los que después del horror el arte se ha instaurado.

El más llamativo y el que nos viene a la cabeza este 9 de noviembre es el muro de Berlín. Lo queda de él en su lugar original se ha convertido en una East Side Gallery de casi kilómetro y medio. Es la mayor galería de arte al aire libre del mundo donde el visitante de la capital alemana puede visitar los grafitis de artistas de todo el mundo.

Aunque alguno va en busca de uno en concreto, el famoso beso entre el soviético Leonid Brezhnev y el presidente de la República Democrática Alemana Erich Honecker.

Al estilo de este beso histórico, se erige también en Vilna, la capital de Lituania, un mural que representa a Donald Trump y Vladimir Putin en la misma posición.

Lo gracioso de la historia es que no se encuentra en ninguna galería. Esta pieza se puede ver en la parte de atrás del restaurante Keule Ruke. El artista lo realizó a petición del dueño del local, que quería un diseño con el presidente de Estados Unidos, lo que no se imaginaban es que iban a convertir la parte trasera de su negocio en viral. Así, este pequeño asador que se sitúa en la frontera de la OTAN con Rusia, también habla de lo que significa esa unión.

El muro de Berlín ya no separa la ciudad, aunque ha estado apunto de hacerlo de nuevo por una propuesta artística de Berliner Festpiele, que pretendía rodear de nuevo la ciudad desde el 12 de octubre durante un mes en una manzana del barrio Mitte, uno de los más céntricos, para instaurar allí un régimen dictatorial que simulase aquellos años. La explicación para no dejarles hacerlo ha sido «falta de tiempo», pero la polémica y las protestas ya estaban servidas.

Donde hay muros que sí separan es en otras muchas regiones del mundo. Entre ellas, Belén, donde se erige «El muro de la vergüenza» que divide las tierras, rodea Jerusalén y lo separa de Belén. Allí, otra galería de arte menos visitada, esta pared se ha convertido en un soporte para las protestas en forma de grafiti.

Incluso el mismísimo Banksy ha dejado su seña con algunos diseños. Por ejemplo, una fotografía de una niña registrando a un soldado israelí.

Por suerte, no en todos los lugares en los que los regímenes han ejercido presión sobre la ciudadanía se siguen levantando muros para separar. En el barrio de Cayo Hueso, en La Habana, existe un callejón llamado Hamel que desde 1989, es decir, justo el año de la caída del muro de Berlín, se lleva gestando un proyecto cultural comunitario que forma parte de otra galería al aire libre.

Un conjunto de murales que representa cada manifestación cultural y religiosa del país que ya se ha convertido en uno de sus principales atractivos turísticos.

Casi una década antes, en 1980, ocurría otro hecho que revolucionaría el mundo del arte y la cultura, el asesinato de John Lennon. En Praga, cerca del parque Kampa, los jóvenes checos quisieron rendirle un homenaje y comenzaron a pintar un muro con imágenes y letras de canciones de los Beatles.

Teniendo en cuenta que en aquella época aún dominaba el comunismo y la música de la banda estaba prohibida en la República Checa, aquellos muros también tuvieron mucho que decir. Aunque la policía se esforzaba en borrar los mensajes, éstos volvían a salir como símbolo de que la música y el arte siempre están vivas y tienen mucho que decir.

Fue la propia caída del muro de Berlín 9 años después lo que autorizó esta expresión artística que además fue restaurado en 1998. Una muestra más de que las calles y los muros hablan y se quejan.

Por cierto que aquí en Más de Cultura somos muy de derribar muros, en todos los sentidos, a ver cómo creen que hicimos la oficina más grande.