El apartamento fue la gran triunfadora de los Oscar de 1961: cinco Oscar de diez nominaciones. Los guiones que mordieron el polvo aquel año ante el grandioso texto de Billy Wilder y I.A.L Diamond fueron los de Hiroshima, mon amour, El amargo silencio, Los hechos de la vida y Nunca en domingo. No ganaron el Oscar ni Jack Lemmon, ni Shirley MacLaine, derrotada por Elizabeth Taylor por su interpretación en Una mujer marcada. Taylor acababa de salvar la vida tras una complicadísima operación de tráquea. Wilder dijo que Una mujer marcada era una basura y Taylor lo llamó por teléfono para llamarle de todo menos guapo. MacLaine no se quedó corta: “He perdido, pero contra una traqueotomía”, dijo a la prensa.

La idea de El apartamento, de cuyo estreno se acaban de cumplir 60 años, nace después de que Billy Wilder, en 1946, viese la película de David Lean Breve encuentro, que narra el romance de un hombre casado con una mujer también casada. En la película él utiliza el apartamento de un amigo para sus encuentros sexuales. Wilder no podía quitarse a ese amigo y ese apartamento de la cabeza, se imaginaba al tipo volviendo a casa y metiéndose en la cama todavía caliente que la pareja acababa de dejar. Pero en 1946 rodar eso con el Código Hays (infames reglas censoras que decían qué se podía ver en pantalla y qué no) era impensable.

A finales de los cincuenta hubo en Hollywood un escándalo del que se hizo eco la prensa: un marido celoso le había pegado un tiro a un agente de seguros que mantenía relaciones con su mujer, que era su cliente. Para su aventura los amantes habían usado el apartamento de un pequeño empleado de la gran agencia, un solterón que pertenecía a lo más bajo del escalafón. Y aquel solterón se convirtió en C. C. (abreviatura de Calvin Clifford) Baxter, gran personaje ligado a los protagonistas wilderianos de cuestionable moralidad como los de Berlín occidente, El crepúsculo de los dioses, Traidor en el infierno, El gran carnaval, Testigo de cargo o Irma la dulce, en la que los protagonistas de El apartamento hacen de proxeneta y prostituta.

Vamos con los 16 objetos principales del prodigioso guión de El apartamento, de Billy Wilder y I.A.L Diamond.

La calculadora: C. C. Baxter es presentado con su enorme y pesada calculadora de la marca Friden y que produce un sonido armónico, musical, un sonido escuchado miles de veces. Así es presentado Baxter, como un hombre resignado, de vida monótona y repetitiva. Un tipo gris y alienado.

La llave: la primera vez que vemos la llave, objeto fundamental en el guión, es al principio de la película, escondida debajo de un felpudo. Si el espacio clave de la película es el apartamento que da título a la película (calle 67 oeste 51, segundo A), la llave de ese apartamento es el objeto más importante de todo el guión. Gracias a la llave Baxter podrá medrar en la empresa de seguros en la que trabaja. Al final de la película, el gran jefe Sheldrake, que usa el apartamento de Baxter como picadero, le vuelve a pedir la llave para volver a llevar al apartamento a la ascensorista Fran Kubelik. Pero Baxter, enamorado de ella, ya no está dispuesto a seguir humillándose y se niega. El jefe le amenaza: “Normalmente uno tarda años en llegar hasta el piso 27, pero solo se tarda 30 segundos en estar de nuevo en la calle”. De poco sirve la amenaza de tan podrido personaje. Baxter le da una llave, pero no la que cree su jefe, sino la del exclusivo lavabo para jefes.

La agenda de teléfonos: todos los “clientes” de C. C. Baxter, los altos ejecutivos que usan su codiciado apartamento como picadero, están en esa nutrida agenda.

La flor en la solapa: en su entrevista para el ascenso, en el piso de arriba, la señorita Kubelik le regala a Baxter la flor blanca que lleva en la solapa de su uniforme de ascensorista. Es la misma flor que Baxter regará con el líquido de un aerosol nasal contra el resfriado (que ha cogido por esperar fuera de su apartamento a que acabe una de las parejas que lo visitan) después de que Kubelik le deje tirado en la puerta de un teatro. El uso del objeto es digno de Charles Chaplin. Curiosidad: el aerosol nasal utilizado por Lemmon era en realidad leche porque el líquido era transparente y no se percibía al rodar la escena. Otra curiosidad: el musical que debía ver Baxter con Fran es The Music Man y el teatro el Majestic Theatre de la calle 44.

Las botellas en el rellano: otro gran uso de los objetos y que muestran las ingentes cantidades de alcohol bebidas en los clandestinos encuentros en el apartamento. Al ver semejante consumo, su vecino, el doctor Dreyfuss, le pide a Baxter que al morir, algo que sucederá más pronto que tarde por las juergas que parece celebrar, done su hígado a la ciencia para estudiarlo. Sobre mentir en el consumo de alcohol hay un chiste en el guión: Baxter le dice a Fran que solo tomó tres bebidas en la fiesta de Navidad, pero levanta cuatro dedos. Más adelante Fran dice que solo tuvo tres novios pero levanta también cuatro dedos.

La pistola: la guarda Baxter en su apartamento y teme que la use Fran. Al final este objeto cobra importancia junto a una botella de champán. En el fabuloso final de la película, Fran corre hacia el apartamento y escuchamos algo que parece el disparo de una pistola. Ella cree que es otro intento de suicidio, esta vez el de Baxter. Pero al llegar al apartamento, descubre que el pobre infeliz, nuevamente solo y haciendo la mudanza de su apartamento, sencillamente acaba de abrir una botella de champán por el nuevo año.

El bombín modelo “nuevo directivo”: Baxter lo ha comprado por 15 dólares (hoy sería 130) porque quiere aparentar en su nueva posición, con despacho propio. Pero no se atreve a ponérselo y le pide opinión a la señorita Kubelik, que no está para sombreros. El bombín acaba, al final de la película, en la calva cabeza de un hombre del servicio de limpieza del edificio.

El espejo roto: se lo ha arrojado Kubelik a su amante, el miserable Sheldrake, que a su vez se lo ha mostrado a Baxter. Sin saberlo, Kubelik se lo presta a Baxter para que vea cómo le queda su nuevo bombín. Al descubrir que la mujer a la que ama es una de las chicas de compañía del picadero en el que se ha convertido su apartamento, Baxter queda devastado.

El Apartamento espejo

Las trece aceitunas: abatido sobre la barra de un bar en plena navidad, Baxter lleva siete Martinis encima. Lo sabemos porque sobre la barra ha posado, en forma de círculo, las siete aceitunas de sus siete Martinis. Tras una breve elipsis, vemos que hay trece aceitunas sobre una barra ya vacía, sin nadie en el bar. El perfecto y elegante recurso de guión no es nuevo en Wilder: ya usó los posos de vasos de güisqui en la magistral Días sin huella.

Las tres mesas: vemos a Baxter por primera vez ante una sencilla mesa y en las inmensas oficinas, rodeado de gente con la misma mesa, la misma agenda y el mismo teléfono que él. El segundo escritorio es mejor, ya en su propia oficina. Gracias al picadero, lo han ascendido y hasta han escrito su nombre y apellidos en la puerta de cristal. La última mesa es la mejor, la del ascenso final, en el piso de arriba, junto al gran jefe y como ayudante de dirección, como reza el exclusivo panel de ejecutivos. Es la mesa en la que Baxter se negará a sentarse por dignidad.

El disco: de Rickshaw Boy, el pianista del restaurante orientan al que van a cenar Fran y el gran jefe. Fran se lo regala a Sheldrake por navidad, pero él no se lo lleva a casa por si lo descubre su mujer.

El billete 100 dólares: el sucio regalo de Sheldrake, un billete que ella no coge. Sheldrake lo mete en el bolso de Fran y le dice que se compre un bolso caro. Para colmo, el muy miserable ha llevado al apartamento los regalos para su familia, perfectamente empaquetados. “Debo ir a casa a decorar el árbol”, dice sin despeinarse. El sucio billete acaba finalmente en manos de Baxter para ser devuelto a Sheldrake.

El billete de cien dólares El Apartamento

El frasco de Seconal: lo descubre Fran, en el cuarto de baño de Baxter, tras la humillación sufrida ante su poderoso y rico amante. Cuando Baxter regresa a casa borracho descubre a Fran inconsciente en su cama y el frasco vacío. Se teme lo peor. No es nuevo el tema del intento de suicidio en un guión de Wilder. También aparece en los guiones de Sabrina, Aquí un amigo y Primera plana.

El christmas: tarjeta navideña de los Sheldrake, la típica familia americana de anuncio, la repugnante y cursi estampa de una auténtica farsa. Tiene gracia que a Sheldrake lo interpretase Fred McMurray, que acababa de firmar un contrato a largo plazo con Disney para hacer películas familiares.

La raqueta: con ella Baxter cuela la pasta que le ha preparado a Fran para una cena con velas.

La baraja: Baxter entretiene con ella a la convaleciente Kubelik. Las cartas son un objeto fundamental en la trama porque cierran la película. Al final los dos se sientan frente a la baraja y Baxter se confiesa: “La quiero, señorita Kubelik”. A lo que ella responde: “Tres. Reina”. Baxter insiste: “¿Me oye señorita Kubelik? Estoy locamente enamorado de usted”. Shirley MacLaine tiene el última línea de diálogo de El apartamento: “No diga más y juegue”. No hay final hollywoodiense, no hay beso, solo hay una baraja y unas miradas, es el espectador quien decide qué sucederá con los dos. Fran, acostumbrada a enamorarse de canallas, puede a acabar con un tipo gris pero bueno como Baxter. O no.

Poco importa después la magnífica historia que nos han contado, una historia que trata sobre ser una persona digna, un ser humano, nunca más un trepa o un arribista, nada que ver con esos miserables ejecutivos que engañan a sus esposas con sus secretarias y tratan a las mujeres y a sus inferiores en el escalafón como a auténtica basura. Por eso El apartamento es, y será siempre, una obra maestra.