Conocí a Chato Galante, preso político torturado por Billy el Niño, poco antes de fallecer. Recuerdo su amabilidad y delicadeza. Y un cabello níveo que brillaba, un gran mentón, su tono de voz suave y débil, su rostro cándido a pesar de su vejez. Cuando hablabas con él era complicado plantearle los aspectos más escabrosos de las torturas, sacar a relucir el horror. ¿Cómo hacerlo? Pero Chato siempre estaba dispuesto, seguía colaborando porque a pesar de las zancadillas de gobernantes y políticos no se puede seguir consintiendo la falta de reparación que vivimos en España.

Recuerdo a Chato como muy buena gente. Llevaba años colaborando con proyectos audiovisuales y periodísticos ligados a la vergonzosa impunidad de los torturadores del franquismo, en concreto centrándose en su fantasma, un espectro que estaba vivo y gozaba de una vida normal, que estaba condecorado, con pensión y pisazo en el centro de Madrid. Un personaje de infausto recuerdo y que lo marcó de por vida: Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño.

Por desgracia, y un macabro giro del destino, en un periodo de menos de dos meses Chato y Billy murieron a consecuencia de la pandemia. En torturador murió el 7 de mayo de 2020 y el torturado el 28 de marzo. Chato era uno de los entrevistados fundamentales del documental Billy, de Max Lemcke y que por fin llega a nuestras salas. Su muerte hizo que no se pudiese grabar más entrevistas con él y la de González Pacheco hizo que Lemcke y su equipo tuvieran que repensar el documental ante los derroteros de la actualidad.

Volvieron a contactar con testigos de las torturas de Billy y a grabar en pleno estado de alarma y a través de videollamadas. Ahora por fin nos llega Billy, pero aunque el personaje es lo suficientemente siniestro como para protagonizar un documental por sí mismo, la película no solo trata sobre los desmanes de este torturador, también va sobre otros torturadores impunes y unos gobernantes que o bien los animaron y financiaron o bien miraron hacia otro lado. Y para colmo en plena Transición, la “ejemplar” Transición española.

En el documental Billy, Roser Rius prefiere evitar la singularización del torturador y por eso el trabajo de Lemcke nos habla, de forma abierta y necesaria, sobre la falta de democracia real en España. De hecho, el propio Billy llegó a proclamar en su día y ante los cambios políticos: “La policía permanecerá, no nos va a pasar nada”. Fue exactamente lo que sucedió: los asesinatos y torturas de los GAL, las bañeras, los gritos y los desaparecidos de Intxaurrondo, Villarejo… Las cloacas han seguido funcionando y nadie las ha parado. Ningún gobierno, del color que sea.

Por eso la supuesta ejemplaridad de los que hicieron la Transición resulta sospechosa. En España hubo un brutal abuso policial mientras Rodolfo Martín Villa estaba de ministro de Gobernación y de eso casi ningún español sabe nada. Ese prohombre de la Transición tuvo que declarar ante María Servini y ha tenido que ser una jueza argentina, y no española, la que desempolve los hechos de la masacre de Vitoria y los horrores de Santurce, Hondarribia, Rentería, los Sanfermines del 78…

Lógicamente, Lemcke y su equipo intentaron contactar con Martín Villa y también con grandes prebostes del PSOE, pero negaron su participación. Obviamente, también pretendieron llegar a Billy el Niño, incluso intentamos grabarle en el pub Richelieu, garito en el que le gustaba tomarse un café. No hubo manera y, para colmo, los policías de su quinta les confesaron que Billy era un héroe, un brillante funcionario, un ejemplo. Por supuesto, estos individuos no tuvieron lo que hay que tener para decirlo a cámara. Cobardes.

Billy el Niño no fue un caso extraño y un psicópata solitario y extravagante Tampoco era un agente loco que no supieron controlar los altos mandos policiales. Las torturas policiales en España eran normales, habituales y formaban parte de un sistema tenebroso. Y ningún gobierno las ha reparado. Ni uno en casi medio siglo de supuesta democracia. Es más: uno de los entrevistados en Billy, José Manuel Sánchez Fornet, ex policía del SUP, defiende, sin despeinarse, la amnistía a torturadores.

En un principio Max Lemcke, firmante de Casual Day y Cinco metros cuadrados, Mejor Película en el Festival de Málaga en 2011, pensaba tratar al personaje de Billy el Niño en un largometraje de ficción, quizás a lo Marathon Man o La caja de música. Estaba obsesionado con la imagen que mostraban algunos reportajes de televisión de Billy el Niño, ese viejo, arrugado y bronceado enano que corría maratones o que salía de su casa en gabardina, con un casco de moto y enormes gafas de sol para ocultar su rostro. Algo lógico y previsible en el inmenso cobarde que era.

Por desgracia, Lemcke no encontró financiación para un largometraje de ficción. Por eso intentó hacer un documental con el material y los contactos que tenía. Por desgracia, se topó con la habitual desmemoria española y el absoluto desprecio de productores y organismos oficiales a la hora de levantar la alfombra y airear la mierda que todavía no se ha aireado sobre el franquismo, la “ejemplar” Transición, las torturas policiales durante décadas, las anormalidades judiciales, las cloacas… Hay miedo, pereza, desidia, desgana, desprecio… A todo eso se enfrenta en España todo el que quiera plantear en su trabajo algo de contenido político. Y no hay nada más político que la impunidad que gozó en vida un rata como Billy el Niño.

Para que nos hagamos una idea de la falta de decencia y normalidad democracia del audiovisual español, el año pasado solo se estrenaron dos documentales ligados a la memoria histórica: el excelente Palabras para un fin del mundo y Los que buscamos (sobre los niños robados en el franquismo). El último documental con muy buena recepción de crítica y público es El silencio de otros. Es de hace tres años y está levantado con el esfuerzo y los ahorros de Almudena Carracedo y Robert Bahar, que lograron trascender la insignificancia e intrascendencia de otros documentales gracias a Pedro Almodóvar, que entró como productor el film.

Almodóvar, por cierto, cuenta en su nueva película, Madres paralelas, las vivencias de víctimas vivas del franquismo. En concreto la de una bisnieta de víctimas de la Guerra Civil que lucha por sacar de las cunetas a familiares. Sobre la memoria histórica como tema Almodóvar dijo hace tres años: “Es un gran problema y me parece que cuando se resuelva verdaderamente nos habremos trasladado de una época a otra. Es la única herencia que mantenemos de los años 70 y me parece esencial que se resuelva”.

Por suerte para Almodóvar, se autoproduce y no tiene problemas para lograr el respaldo de organismos oficiales y televisiones para sus largometrajes. No es el caso de Lemcke, que no contó con subvención alguna, tuvo que financiarse mediante crowdfunding y se enfrentó a muchas dificultades para sacar adelante su película. Y encima con una pandemia mundial de por medio.

Las penalidades para sacar adelante un documental como Billy dicen muy poco de nosotros, igual que dice muy poco de los españoles que no haya trabajos documentales serios, bien producidos o debidamente financiados que indaguen en la salvaje represión franquista, la memoria histórica, las páginas más oscuras de la Transición, el 23 F, los GAL, los centenares de casos de torturas, los casos de desaparecidos en democracia o sobre el que fuera Jede del Estado, un ex rey y comisionista que lleva un años refugiado en los Emiratos Árabes con total impunidad. Necesitamos trabajos valientes como el de Lemcke, que recuerdan, como lo recuerda un entrevistado de Billy, que “El PSOE es muy tibio, Podemos es muy tibio y la izquierda ha fracasado”.

Lo peor: un sonido mejorable y el uso de dibujos animados y viejos westerns para relacionarlos con Billy el Niño.

Lo mejor: El testimonio de Josefa Rodríguez, alias “Asturias” y militante del FRAP, la única que se rompe en las entrevistas. Y su recuerdos: la bodega de las torturas, las plantas de los pies destrozados a porrazos… Y el remordimiento que la ha atormentado de por vida: haber delatado a un compañero. Javier Navascués es menos emocional, pero su caso es igual y acaba reconociendo que, finalmente, los malos ganaron: “Al final me rompieron”.

Billy es el voluntarioso y digno ejemplo de un cine hecho por directores que no han participado en la Transición y que se cuestionan el relato oficial. Un ejemplo de reivindicación de luchadores a los que les jodieron la juventud y cuyo sufrimiento a pocos les ha importado en España, un país que todavía hoy sufre anomalías democráticas y que perpetró la Ley de Amnistía, pensaba para sacar a gente de las cárceles y que se aprovechó como Ley de Punto Final, algo que no ha sucedido ni en países con dictaduras como Chile o Argentina, donde juzgaron a sus criminales. Y nos sacaron las vergüenzas. Por eso Billy es el triste relato de un país en el que los torturadores, como los dictadores, mueren en la cama.