Manuel J. Lombardo ha escrito, en el Diario de Sevilla, que esta película es la más importante del año y acierta. Y no es importante por lo que expone, lo es también por cómo lo expone, logrando la mejor película española del 2020. En eso coincide también Javier Zurro, de El Español: “Es la mejor película española del año y una de las más importantes de nuestro cine reciente. Una obra mayor, condenada a quedar en la memoria del espectador y en la historia de nuestro cine como uno de los documentos que mejor retrató lo que ocurre de verdad en los ciudadanos de a pie”.
Los financieros del cine español (principalmente las cadenas) sienten pavor a toda película que muestre un contenido político. Articular un discurso ideológico en un film en España es un suicidio. Entre las propuestas de este año en la ficción, lo más cercano a un cine con contenido político o ideológico ha sido Asamblea, de Álex Montoya y Black Beach, de Esteban Crespo. Poco más. Lo que sí tenemos, eso sí, es propaganda política, por ejemplo el documental de Amazon dedicado a la princesa Leonor, una muchacha cuyo único currículum es ser nieta del huido Borbón.
En el terreno del documental hay algo de esperanza, aunque muy poca. Se ha estrenado Cartas mojadas, de Paula Palacios, y Billy, de Max Lemcke. Uno de los entrevistados de este documental recuerda unas palabras del comunista Santiago Carrillo: “Tendremos amnistía a cambio de amnesia”. Se refería a la Ley de Amnistía de 1977 gracias a la cual decenas de torturadores quedaron sin castigo.
También de amnesia habla El año del descubrimiento. De la amnesia de un país al que se la ha arrebatado la conciencia de clase y se le han ocultado de forma flagrante páginas de su historia para sepultarlas en propaganda, información sesgada y cultura oficial. Por eso hoy nadie recuerda que en Cartagena (y en otras tierras obreras e industriales de España) hubo unos bestiales disturbios y protestas por el desmantelamiento industrial, una sublevación violenta que acabó nada menos que con el incendio de un parlamento, el regional. Y todo mientras el resto del país vivía narcotizado por los fastos del 92, el año del 500 aniversario del descubrimiento.
El año del descubrimiento es un documental, de eso no cabe duda, pero está arreglado como si estuviésemos viendo las grabaciones realizadas con una cámara Hi8, con entrevistados vestidos como en los noventa, en un bar decorado como en los noventa, con anuncios y con boletines informativos radiofónicos de esos años. La apuesta es tan sorprendente como brillante.
Luis López Carrasco y su equipo han hecho lo que los documentalistas hacen con los documentales de animales, en los que se acota un terreno y se llena de cámaras para que los animales se limiten a sobrevivir, a ser. Si sustituimos a esos animales y su espacio por los entrevistados de este documental y el bar en el que transcurre todo tenemos una extraña autenticidad lograda con un microfonista, dos cámaras y el resto del equipo en el almacén del bar con sus respectivos monitores.
Y sí, El año del descubrimiento no es cine comercial y es carne de festivales de cine, filmotecas y salas con espectadores que se enfrentan encantados a más de tres horas de metraje documental, pero además de eso es una declaración de amor a una tierra. López Carrasco, murciano, me comentó que recordaba las imágenes del Parlamento de Murcia ardiendo y que empezó a peguntar a sus adultos. Y que cuando preguntaba qué paso, le contestaban: “¿Qué paso?”. “¡Que quemaron el parlamento!”, les decía él ofuscado. Y ellos zanjaban: “Eso te lo has inventado, no pasó”. Y ese borrado de la memoria, esa historia sepultada en la propaganda del 92 es el origen de este gran trabajo documental.
Esta película es un país hablando y escuchándose, un film que no ha rodado un pijo con inquietudes y problemas de pijo. El año del descubrimiento tiene un discurso obrero, sindical (recordando que el trabajo de los sindicatos ha sido desactivado y sus enormes logros borrados) y en ocasiones hasta radical. Uno de los testimonios, participante de los actos violentos en Cartagena, llega a decir: “Éramos terroristas, nos llevábamos por delante lo que hiciese falta”.
Y junto a ese veterano discurso obrero y combativo, también hay espacio para la nueva generación actual de esclavos representada en los jóvenes que defienden al patrón, al capital, desclasados, ignorantes, casi analfabetos que se minusvaloran, que aceptan con resignación un jornal miserable y una vida de mierda. Y se conforman con ella, hacen cuentas y se resignan a vivir así, con la limosna del capital.
El gran fresco de López Carrasco incluye, además, la bestial represión franquista en Cartagena y lo que supuso para la zona y para España entrar en la Comunidad Europea. Lo que se tradujo en infraestructuras, también arrasó con los derechos de la clase obrera. Europa trajo una moneda, pero no mejores sueldos, justicia social y vidas dignas. Europa trajo el desmantelamiento industrial perpetrado por Carlos Solchaga (PSOE) y la reconversión de España, un país entregado a los turistas, de camareros y recepcionistas. Fue el gran tocomocho, la gran traición.
Sin salir de un bar y usando televisivas imágenes de archivo, esta película que remite a trabajos como La Commune, Informe general y Numax Presenta, es un manifiesto político perfecto para entender lo que es la clase obrera, para hacer muy buenos cineforums, para proyectar en los colegios y universidades de toda España y del mundo. Porque siendo un fresco social muy local, la película es universal.
Esta formidable film nos recuerda los años en los que un alcalde del PSOE se escondió en su despacho, muerto de miedo, para no atender a su gente. Y también que esa gente tiro la puerta abajo y entró en aquel despacho. Porque tenía derecho a hacerlo. Y cuenta que arrasaron la sede del PSOE y que ese partido perdió las elecciones en los siguientes 25 años. Por traidores. Y como la política española es un bucle grotesco, Pedro Sánchez ha prometido exactamente la misma cifra de puestos de trabajo que prometió Felipe González en el 82: ochocientos mil. Otro tocomocho.
Frente a la salvaje crisis económica que nos viene encima, la más bestial en décadas, esta película nos recuerda, muy atinadamente, que el capitalismo no se ha autoregulado jamás. Porque es voraz y siempre pide más y más. Como recuerda uno de los testimonios, hubo una Guerra Fría y esa guerra la ganó el capitalismo.
El año del descubrimiento acaba de ganar el Gran Premio del jurado de la Sección Oficial del Festival de Sevilla y ganó también el Bogotá International Film Festival. Según el jurado, un jurado joven procedente de todas las partes de Colombia, lo ganó “por representar diversas visiones y realidades de la lucha por la dignidad humana de las últimas décadas y porque a veces hay que quemarlo todo”.
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