En España, cuando un nombre es difícil de pronunciar en inglés, solemos decirlo en español. Por ejemplo, uno puede verse en la tesitura de querer pronunciar isle of dogs (isla de perros) y no saber si se dice “isle”, tal cual, o “isl” echando en falta una vocal. Pero cuando el amante empedernido se da cuenta de que es capaz de decir a la perfección el título de la película en inglés porque se pronuncia igual que “I love dogs”, que es algo que entendemos todos, descubre, de paso, lo que va a ver en la gran pantalla.

Y es que cuando uno se enfrenta a ver una película de Wes Anderson, ya sabe de primera mano que va a ver una obra de arte. Y con obra de arte no quiero decir un trabajo bueno, porque eso es cuestión de gustos, sino una obra de arte por la manera de cuidar cada detalle del film, un lienzo que el director cuida en todos los trazos con originalidad para conseguir hacer una pieza única. Más si cabe, cuando hablamos de su vuelta al terreno de animación en stop motion, con todo lo que eso implica.

Isle of dogs constituye una pieza inmensamente cuidada, desde las primeras acotaciones previas a la trama, hasta los títulos de crédito. Ya hemos hablado de los pantone de las películas en alguna ocasión por estas líneas y, en eso, Wes es un maestro. Incluso tiene a seguidores como @accidentallywesanderson, que ve escenas en la vida real que por su paleta de colores y su simetría podrían ser perfectamente escenarios de sus películas.

Con otra crítica a los medios de comunicación, (Mr. Fox era zorro y periodista a propósito), en esta ocasión los refugiados son los perros y sus “amos” los envían a isla basura por miedo a infectarse de un virus que han contraído solo ellos ¿les suena?

Y es que, a priori, todas las sinopsis de este director son sencillas. En este caso Una epidemia de gripe infecta a toda la población canina de Megasaki. El alcalde de la ciudad decreta que todos los perros serán confinados en la Isla de la Basura. Para dar ejemplo, el primero de los exiliados es la mascota de su hijo adoptivo, Akira Kobayashi. Poco tiempo después, Akira aparece en la isla, en una avioneta destartalada, para buscar a Spots. Una jauría de perros, liderada por uno callejero, le ayudará a recuperarlo, y, de paso, intentarán derrocar al villano que los ha convertido en desperdicios de la civilización.

Sin embargo lo que añade complejidad a las historias de Anderson es precisamente el buen uso de los diálogos. Demuestra una y otra vez ser capaz de romper la tensión dramática de la manera más inteligente haciendo uso de comentarios mordaces demostrando dominar el ritmo de la trama y sorprendiendo al espectador. Como valor añadido y de sorpresa para el espectador, se toma la libertad de mantener los diálogos en japonés sin traducir, como si el propio hecho de estar atentos a cómo suena lo que dicen bastase.

Un ambiente japonés que el mismo ha dicho que viene heredado del cine de Kurosawa o Miyazaki y una animación cuidadísima que puede recordar a la película Anomalisa, en la que también veíamos figuras humanas tan reales como cerámica y todos los detalles como los pelos o incluso las lágrimas estaban tan bien conseguidos. Rodada, íntegramente en la técnica stop motion, fotograma a fotograma, esta película y ha hecho historia porque se ha convertido en la película en esta técnica más larga del mundo del cine. Con una duración de 101 minutos, supera con 2 el récord de la película: Los mundos de Coraline de 2009.

Y por debajo de esta historia que emociona y desconcierta a partes iguales, la crítica a la europa sin sentido, a su política de refugiados, a su crisis por ébola, a los regímenes autoritarios, a los medios de comunicación y a las industrias farmacéuticas. Nos plantea un viaje por ese ser humano capaz de vender al mejor postor a toda una raza de semejantes por su propia supervivencia, nos retrata a esos gobiernos corruptos y manipuladores que bailan al mismo son de unos medios de comunicación comprados y cambiantes. En ese mézclum de verdades a voces, los estudiantes se quejan, como representando a esa masa de cultura y conocimiento que se impone a “los de siempre”. Incluso tenemos ese guiño al famoso botón rojo de las armas de destrucción masiva y el drama con Corea del Norte.

El maestro Wes Anderson no ha querido abandonar la animación para adultos y ha vuelto a utilizarla para mostrar un descontento. Algunos dirán que es una película rara. Estarán en lo cierto, puesto que Anderson no sabe hacer una película al uso, y ¿no es acaso lo suficientemente raro el mundo en el que vivimos como para no serlo la ficción que habla de él?

Lo mejor: El excelente uso del lenguaje y la técnica de animación.

Lo peor: El final poco autoconclusivo y demasiado anecdótico, como si el resto de revelaciones y moralejas de la película bastaran para darle una conclusión final.