¿Quién puede matar a un niño?, de Chicho Ibáñez Serrador, es un clásico del cine de terror, un género siempre menospreciado por la élite cultural como un género menor, una élite más dada a entregar laureles al cine “serio”. El cine fantástico y de terror está tan denostado que tiene su propio festival, el de Sitges. En otros certámenes y mercados este cine sigue sufriendo un absurdo desprecio basado en prejuicios muy clasistas.

Precisamente en Sitges fue premiada El hoyo, película olvidada en salas y que arrasó en Netflix, ejemplo de cómo el cine de género puede aunar prestigio de festival y respaldo del público. Pero aquel fue un raro acontecimiento, sigue siendo común el desprecio al género en los festivales “serios” y en premios tan publicitados como los Goya, que solo han premiado dos películas de terror con su premio principal: Tesis y Los otros. Dos películas, y del mismo director, en treinta y cinco años.

Afortunadamente, hay cineastas que saben que el público quiere ver cine de terror, ya sea con generosos presupuestos o con financiaciones más ajustadas, películas ligadas al cine de serie B. Y ahí siguen, intentando quitarse el sambenito del cine menor y a pesar de que nuestro cine ha dado ejemplos como Miss Muerte, La noche de Walpurgis, La cabina, Pánico en el Transiveriano, La novia ensangrentada, No profanar el sueño de los muertos o la propia ¿Quién puede matar a un niño?.

De esta última coge el testigo Urubú, largometraje de Alejandro Ibáñez, hijo del maestro Ibáñez Serrador, al que ya recordamos como es debido en Más de Cultura. Urubú empieza con la dedicatoria al maestro y en el transcurso de la película descubrimos evidentes guiños a aquel clasicazo del terror basado en el relato El juego de los niños de Juan José Plans.

Una dedicatoria al maestro

Y esos guiños son unas imágenes de la película de Chicho en un televisor, unas misteriosas fotografías encontradas en una cabaña y hasta la frase, literal, en boca del protagonista de Urubú: “¿Quién puede matar a un niño?”. Y los espectadores podemos hacernos otra pregunta al ver la película de Alejandro Ibáñez: ¿Es Urubú un remake? Puede que las palabras más adecuadas sean homenaje o reformulación.

Urubú es el debut en el largometraje de Ibáñez tras dos tv movies (Cielo con diamante y Ñam Ñam) y los cortometrajes Euterpe in Black Rock City y Reality, de la serie de 2019 Historias para no dormir, nueva entrega del formato creado por su padre. En Urubú, Ibáñez debuta también como actor interpretando a Nauta, un rudo capitán de barco aficionado a los puros. Merece la pena recordar que su padre también salía en ¿Quién puede matar a un niño? (tiene un cameo como el hombre que está cerca de un autobús) y que el abuelo de Alejandro fue el actor y director teatral narciso Ibáñez Menta y su abuela la actriz argentina Pepita Serrador.

Urubú Clarice y Alejandro

Lo acompañan en el reparto los protagonistas Carlos Urrutia (actor en más de una treintena de obras teatrales y en conocidas series como Desaparecida, Cuéntame cómo pasó o El comisario) y Clarice Alves, actriz brasileña que ha trabajado bajo la dirección Chus Gutiérrez y cuyo trabajo es el menos logrado de todo el elenco.

Urubú, cuya producción se dio por terminada dos semanas después del fallecimiento de Chicho, cuenta la historia de Tomás, un problemático fotógrafo y ornitólogo que intenta relanzar su carrera viajando a un lugar remoto de la selva amazónica para fotografiar a un extraño pájaro al que se conoce como el urubú albino, un animal del que no hay registro en libertad. Para captarlo con su cámara, arrastra a la jungla a Eva, mujer con la que comparte un matrimonio prácticamente roto, y su hija Andrea, una niña que se pasa el día pegada a su Tablet y desaparece. Su búsqueda llevará al matrimonio a un territorio de pesadilla.

Urubú making of

Los hacedores de Urubú no podrán saber la opinión de Chicho tras el estreno, ahora el film está en manos de los espectadores aficionados al género. Ya sea al cine de realizadores como Eli Roth (El infierno verde y Cabin Fever) y Ruggero Deodato (Holocausto caníbal) o del cine de terror con niños como El pueblo de los malditos (su versión de 1960 y la de 1995), A las nueve, cada noche (1967), Los últimos juegos prohibidos (1971) y Los chicos del maíz (1984).

¿Es Urubú un remake?

Como en ¿Quién puede matar a un niño?, Urubú es una película de terror llena de luz diurna. Igual que en el film de Chicho y en Tiburón, aquí el terror no está en la oscuridad, en las sombras, en la noche o en una tenebrosa casa encantada, sino en la jungla y a plena luz del día. Y hay otras similitudes con la película original, como el uso de los turistas como víctimas y los niños como verdugos.

Otro de los paralelismos es que la película se salta un tabú señalado en el irónico título de la película de Chicho: en Urubú los espectadores ven matar a un niño. El efecto de ver matar niños por parte del protagonista siempre impacta en una pantalla y eso bien lo sabía Chicho. Es oportuno recordar que ¿Quién puede matar a un niño? fue estrenada con cortes en algunos países y su carrera en Estados Unidos quedó muy mermada por lo valiente y transgresor de la propuesta de Chicho.

Pero hay más correspondencias entre una película y otra. El film de Chicho empieza con un prólogo que resultó polémico y en el que mostraba, de manera informativa, documental, los horrores cometidos por el hombre. En Urubú, escrita por Carlos Bianchi, Alejandra Heredia y el propio Ibáñez, no hay un prólogo, sino un epílogo en el que se muestran las barbaridades que actualmente hacemos con los niños. El curioso resultado es que funciona mejor el epílogo de esta película que el prólogo de Chicho, que fue montado para una finalidad: explicar que los niños de la película son una ineludible mutación derivada de la maldad humana.

También hay cosas que funciona menos, como la relación de pareja entre Tomás y Eva. La transformación de él en un ser huraño y desagradable resulta precipitado. Otro de sus aspectos menos logrados es que el buen ritmo del último tercio del largometraje, con las escenas más descarnadas y de terror, contrasta con el arranque, visualmente menesteroso.

Puede que al ver Urubú el espectador se quede con ganas de más visceralidad tras una primera parte premiosa. Los problemas de la pareja protagonista están solo apuntados y carecen de relevancia para la trama, igual que la aparición del capitán/objeto de seducción en el barco que lleva a la selva, un conflicto que no llega a ninguna parte.

Más cine de género, por favor

Como puntos fuertes, la banda sonora de Arturo Díez Boscovich, la dirección de fotográfica de Diego Barrero y Daniel Úbeda (en especial en los espacios naturales) y los momentos finales del actor Carlos Urrutia, animalizado, enloquecido y lleno de barro. Al verlo se intuye que el actor las pasó canutas rodando determinadas escenas en la jungla. Y todo sin olvidar el final, que seguro le gustaría a Chicho, que en vida confesó destetar los finales felices en las películas de terror.

Urubú, que no mejora el original porque el film de Chicho es un clásico y una película de terror insuperable, es un decoroso homenaje al padre y al mejor cine que se ha rodado en España. Y guste o no, también es un recordatorio para productores y cadenas: se debería rodar más cine de género y cine de horror de todo tipo. Porque estén de acuerdo o no los inventores de la cultura oficial, los críticos, los académicos y los festivales, es el cine que ve la gente.