La vida, como el solomillo a la hawaiana, se cuece a fuego lento

Resulta interesante lo selectivas que pueden llegar a ser las musas en el proceso creativo. Picasso era más de encontrárselas trabajando y dejarlas pasar pero a uno también le pueden pillar despeinado y en pijama y pasar de largo.

También resulta curioso cómo el construir un “ideal” de vida no funciona cuando la cabeza no está correctamente amueblada, o cuando se anteponen los intereses puramente personales a los de la gente que te rodea, que te hace feliz, que, en parte, dan sentido a tu vida.

Que Hacienda no tenga un apartado concreto para periodistas, ilustradores, social media managers y demás miscelánea artística imposibilita bastante la labor del freelance de a pie. Por suerte, Paco Roca ha sabido trasladar al dibujo una vez más una realidad que conecta directamente con el espectador, que le remueve por dentro de una manera muy diferente a cómo lo hacía Arrugas y que consigue sacarle una sonrisa mientras se ríe de sí mismo, el mismo ejercicio que el artista practica cuando se dibuja a sí mismo.

Así, la nueva aventura animada de Roca, «Memorias de un hombre en pijama», surge de una tira cómica para el periódico (cuando todavía había) en la que Paco tiene todo lo que necesita para ser feliz y ha conseguido lograr su mayor aspiración en la vida: trabajar en pijama.

Los que hemos trabajado en pijama alguna que otra vez sabemos las trabas que a veces conlleva eso, no obstante, la propia palabra freelance es tan cool que no tiene ni siquiera un vocablo en castellano, quizá porque con el tiempo se hace impronunciable. Se te atraganta, condiciona tu vida, la de tu pareja, la  de tus amigos, que pasan de verte como esa persona “moderna” al amigo que “siempre está liado con su trabajo”.

De todo esto va la película que dirige Carlos Fernández de Vigo. Aderezada con una de las bandas indies del momento, Love of Lesbian compone la partitura de la cinta y la aliña con dos canciones originales: “El astronauta que vio a Elvis” y «Charlize Solterón». Para contar la historia de este cuarentón en formato musical. Las propias voces de los miembros de la banda dan vida a los personajes de la película, siendo la primera incursión en el mundo del doblaje de una de las voces más conocidas, la de Santi Balmes. Completan el reparto las voces principales de Raúl Arévalo y María Castro.

Pero la película también apuesta por otros temas del grupo que parecen venirle como anillo al dedo a la historia que ya estaba escrita por Paco Roca, como por ejemplo el tema “Allí donde solíamos gritar” que ya avisaba que “sólo el grito y la ficción consiguen apagar las luces de la negra alerta”.

Lenguaje coloquial llevado al extremo de lo que pretende ser la película: una comedia romántica que vira hacia lo entrañable tras el shock emocional del protagonista. Una historia que demuestra que tanto Paco Roca como el equipo que le acompaña al guion: Ángel de la Cruz y Diana López Varela, tienen muy claro que es fácil verse reflejado en alguno de los protagonistas de la historia.

Una historia que nace por y para un ecosistema periodístico que no deja flecos en cuanto a la representación de temas actuales. Éstos aparecen como pequeños guiños para el espectador avispado. Así, el director de un periódico llamado “El globo” o una pelea entre Dora la Exploradora y un tipo que ha dejado su trabajo de repartidor para vestirse con un traje de hamburguesa en la calle nos trasladan a cualquier telediario a golpe de carcajada.

Por supuesto que no todo el mundo entrará de la misma forma en la comedia, que sigue siendo el género más útil para tratar temas complejos sobre las relaciones humanas, sin embargo, las historias del ilustrador siempre están rodeadas de un aura con moraleja interesante, que es precisamente lo que pretende “Memorias de un hombre en pijama”.

El macho alfa que ve como su mundo se desmorona cuando añade demasiada testosterona a sus pensamientos. Sin dar lecciones, indirectamente nos enseña una: la importancia de valorar los pequeños detalles que nos brinda la vida, que se cocina a fuego lento, como el solomillo a la hawaiana, cuya receta siempre se puede improvisar, si uno le echa ganas.