El noveno largometraje de Stanley Kubrick tiene y tuvo sus fans y sus detractores, entre los que destaca el autor de la novela, Anthony Burgess. Gracias al éxito de la película, una de la más taquilleras de 1971, Burgess ganó fama y dinero, pero sintió que el film hizo demasiado célebre esta novela, eclipsando el resto de obras dentro de una dilatada carrera en la que destacan obras como Miel para los osos o Sinfonía de napoleónica: una novela en cuatro movimientos. A Burgess tampoco le entusiasmó el final por el que optó Kubrick, alejado del de su novela.

No fue Kubrick el único que cortejó a Burgess para llevar esta historia de ultraviolencia a la gran pantalla. El primero que logró los derechos de la novela fue Mick Jagger y lo hizo por solo 500 dólares que Burgess necesitaba con demasiada urgencia. La idea de Jagger era rodar una película con The Rolling Stones como los drugos, pero prefirió hacer negocio (algo que a Mick siempre se le ha dado muy bien) vendiendo los derechos por una considerable cantidad de dólares.

El gran Ken Russell también estuvo a punto de dirigir la adaptación con Oliver Reed, un conocido juerguista amigo de las broncas, como Alex. Seguramente Russell hubiese logrado una fabulosa y valiente película.
También el polémico Tinto Brass, que años después rodaría con Malcolm McDowell su polémico Calígula, quiso dirigirla y Tim Curry y Jeremy Irons rechazaron en su día el papel de Alex.

La semilla que hizo que Kubrick se decidiera por la novela la plantó Terry Southern cuando estaba trabajando con él en el guion de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. Pero en ese momento Kubrick vio la novela inadaptable al cine. Aun así, Southern llegó a escribir un guion para David Hemmings como Alex. Finalmente fue el trabajo de Malcolm McDowell en If…. (Lindsay Anderson, 1968) el que ayudó a Kubrick a decidirse. En una de sus escasas entrevistas, Kubrick reconoció que If…. era una de sus películas favoritas de todos los tiempos. También que sin McDowell como protagonista no hubiese rodado jamás la película. No es para menos, el trabajo de McDowell (un actor muy inteligente y desgraciadamente encasillado en este personaje) es sencillamente fabuloso. Lo mejor de la película.

Kubrick venía de una producción gigantesca levantada en los estudios Pinewood. 2001: Una odisea del espacio supuso uno de los mayores desafíos financieros de una empresa que ya no disfrutaba de la gloria del pasado (la MGM) y también la entrada en la madurez de la ciencia ficción en cine, hasta la fecha relegada a primarias películas de serie B con efectos especiales demasiado artesanales.

Exhausto ante tamaña producción, Kubrick vio cómo su película se salvaba de un tremendo fracaso comercial gracias a los jóvenes, los chicos del LSD que empezaron a venerarla como un film de culto pop y para flipar un rato en una gran pantalla. Raudo y astuto, el departamento de publicidad de MGM sacó un cartel en el que se vendía 2001 como “el viaje definitivo”. Kubrick conectó con el público más joven y volvería a hacerlo con La naranja mecánica.

Después de que Waterloo (1970) fuese un descomunal fracaso de taquilla y Kubrick aparcase por su culpa su añorada película sobre la vida de Napoleón, el siguiente paso del cineasta nacido en Manhattan y recluido en Inglaterra fue cambiarse de compañía y ofrecer a Warner la adaptación al cine de La naranja mecánica, novela filosófica y satírica publicada en 1962. Y la apuesta fue muy valiente porque Kubrick hizo todo lo contrario a las normas de la industria de Hollywood: hacer una nueva película con mayor presupuesto para demostrar tu poder en el negocio. Por sorpresa, Kubrick optó por un presupuesto mucho menor, de cine independiente.

Así, La naranja mecánica se rodó casi entera en localizaciones reales (buscadas en revistas de diseño y arquitectura) y no en decorados, solo el bar del inicio se recreó en un estudio. Y se iluminó de forma casi artesanal, con un Lowell Kit, un equipo básico, casi para aficionados. El gran director de fotografía John Alcott iluminó la mayor parte de la película solo con luz natural, proceso que repetiría cuatro años después en Barry Lyndon.

Una de las razones por las que sigue fascinando el universo de la película es porque la novela en la que se basa es brillante (aunque es dura de seguir por su lenguaje, con diccionario propio). La obra de Burgess narra en primera persona la transformación del joven Alex de pandillero asesino a joven recuperado por la sociedad. La novela, como la película, está plagada de expresiones nadsat, jerga adolescente inventada por Burgess con palabras como “videar” (ver), “yarbones” (cojones) o “débochca” (muchacha), un idioma basado en el ruso, voces de la jerga rimada cockney y palabras inventadas. La novela parte de un suceso real: en 1944 a la esposa de Burgess fue víctima de una agresión por parte de cuatro soldados estadounidenses en una calle de Londres cuando estaba​ embarazada de cuatro meses. El final de su novela defiende que a pesar de la injusta y salvaje violencia, todo criminal debe poder redimirse.

El salvaje asalto a la casa del escritor (Mr. Alexander) es uno de los momentos que se más se recuerdan de la película y que McDowell cantara Singing in the Rain no estaba en el guión. Kubrick, atascado con la escena, que no funcionaba, le pidió al actor que improvisara un baile y el actor pensó en esa famosa canción escrita por Arthur Freed. El equipo de producción, alarmado, le dijo a Kubrick que los derechos costarían una fortuna y al final Warner tuvo que pagar 10.000 dólares por ellos. La canción se escucha tres veces en la película: el la paliza al escritor, en la escena de la bañera y al final, con el tema original cantado por Gene Kelly, que, por cierto, evitó saludar a McDowell en una fiesta porque el uso de la canción en la película le pareció abominable.

David Prowse, fallecido en 2020, fue famoso por ser el gigantón que dio cuerpo (que no voz, de James Earl Jones, uno de los pilotos en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú) a Darth Vader. Pero pocos saben que antes apareció en La naranja mecánica. Es el asistente del escritor (el actor Patrick Magee) que ha quedado paralítico por la paliza de Alex. En una de sus escenas, Prowse debía llevar la silla de ruedas de Magee por unas escaleras y como conocía la fama de Kubrick de repetir tomas hasta lo enfermizo, se acercó a él y le preguntó si, ante lo duro de la tarea, podía asegurarse de que conseguiría la escena en pocas tomas. Los asistentes de Kubrick quedaron horrorizados ante la posible reacción del director, pero él se partió de risa y prometió a Prowse hacer lo posible. Finalmente, la escena se filmó en seis tomas, un número risible para Kubrick.

Otro de los elementos más icónicos de la película (homenajeado en Trainspotting y en el videoclip del tema The Universal, de Blur) es el bar del inicio, con la barra de leche Korova. Moloko (escrito en la pared) significa leche en ruso y Kubrick hizo vaciar, lavar y rellenar nuevamente los dispensadores de leche cada hora porque la leche se cuajaba bajo las luces del estudio. El director también hizo gala de su conocida tacañería: las sexualizadas esculturas del Korova fueron inspiradas, pero no creadas, por el escultor Allen Jones, que rechazó trabajar en la película porque Kubrick solo le ofreció aparecer en los créditos, no un sueldo.

Y, como no, la música, una de los puntos fuertes del talento de Kubrick. Tras deslumbrar a medio mundo con el uso de la música clásica en su odisea espacial, Kubrick volvió a demostrar que era un maestro usando temas clásicos en la sala de montaje. Después de no poder conseguir a Ennio Morricone para la partitura original de La naranja mecánica (primera película que usó el sonido Dolby), logró un gran trabajo de Wendy Carlos’s e incluyó en la banda sonora joyas de Ludwig van Beethoven, Gioachino Rossini o Nikolai Rimsky-Korsakov.

Por su violencia y desnudos, la película de Kubrick fue muy polémica. Hasta el ministro del interior inglés, Reginald Maudling, pidió ver el privado la película por si debía proceder a la prohibición de su proyección. En realidad los desnudos y el sexo de la película estaban completamente estilizados, como es el caso de la violencia en 2001(la de los primates) o en Eyes Wide Shut (la orgía), pero finalmente fue el propio Kubrick el que pidió la retirada. Y la razón no fue tanto por una preocupación cívica, sino porque recibió cartas con amenazas de muerte. La policía le sugirió que alguien podría imitar el asalto y violación en la película en su propia casa y con su familia, algo que aterrorizó a Kubrick.

De hecho, no fue La naranja mecánica especialmente novedosa en su uso de la violencia, los espectadores ya estaban acostumbrados a la violencia y el sexo subido de tono. Por citar solo dos ejemplos, el mismo año del estreno de La naranja mecánica, 1971, se estrenaron Perros de paja, de Sam Peckinpah, y Los demonios, de Ken Russell. El largometraje de Kubrick, eso sí, se llevó el dudoso honor de ser una de las dos únicas películas con calificación X nominada a Mejor Película en los Oscar. La otra es Cowboy de medianoche. También fue el primer film de ciencia ficción nominado al Oscar a Mejor Película, algo que no logró 2001: Una odisea del espacio.

Hoy, y medio siglo después de su estreno, La naranja mecánica sigue siendo un film mordaz, crudo, nada amable y en el que casi nadie se salva, todos sus protagonista son tremendamente mezquinos. No se libra nadie: ni Alex, ni sus drugos, ni sus padres, ni el escritor, ni el doctor Brodsky, ni el ministro. De hecho, Kubrick dijo que para él al capellán de la prisión (Godfrey Quigley) era el personaje moralmente más admirable y defendible de la película.

No han pasado mal los años para una de las películas más polémicas de la historia del cine, un film por el que se escribieron ríos de tinta y tuvo que ser retirado de las salas británicas (por orden de Kubrick) por las citadas amenazas de muerte y porque decenas de jóvenes empezaron a imitar los comportamientos y la manera de vestir de los protagonistas de la película. De repente, y por culpa de los tabloides sensacionalistas, la película se convirtió en la culpable de todo acto de agresión perpetrado en Inglaterra.

Pero a pesar de la controversia, La naranja mecánica forma parte de la lista del American Film Institute de las 100 mejores películas de todos los tiempos y el año pasado fue seleccionada para su conservación en el Registro Nacional de Cine por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos por ser “cultural, histórica o estéticamente significativa”.

Además de una buena historia, La naranja mecánica es una película muy influyente (en directores como Quentin Tarantino o David Fincher) y sigue siendo un milagro. Tristemente, hoy un estudio de Hollywood ni se plantearía la posibilidad de producir algo así.