Les vamos a confesar algo, en MDC somos adictos a las series, y últimamente estamos profundamente enamorados de The Good Fight, y en concreto de Diane Lockhart, su abogada protagonista. Quizá por eso no dejamos de escuchar su inconfundible carcajada en nuestra cabeza mientras asistimos ojipláticos al culebrón Màxim Huerta. Porque lo acontecido esta semana en torno al ministerio de cultura y deporte, bien podría ser un nuevo capítulo de esta serie genial, en la que el amigo Màxim fuera uno de sus secundarios de lujo, extravagante y por supuesto culpable, al que Diane intentara salvar de las garras de Hacienda sin éxito.

Pero lo cierto, amigos, es que esto es la vida real, y lo que ha pasado no tiene ni puñetera gracia. El miércoles asistimos completamente alucinados a un discurso de dimisión impropio de quien durante años se ha llamado a sí mismo periodista. Sin ningún tipo de autocrítica, el ya ex-ministro culpa a los medios, a quien tilda de «jauría» (dos veces), de su mala fortuna. Y aunque podríamos (y algunos lo estáis esperando), este editorial no va a hacer leña del árbol caído, para eso ya tenéis memes de todo tipo en las redes sociales. Al contrario, nos parece mejor idea hablar del papel del periodismo, y la importancia que tiene en cualquier sociedad democrática. Lo que ha pasado con el ex-ministro Màxim es un buen ejemplo de ello.

La prensa, ¿cuarto poder?

Llevamos años asistiendo a un más que preocupante deterioro progresivo de la libertad de expresión, base de la libertad de prensa, gracias a leyes «mordaza«, y supuestas defensas al honor de «entes» que todavía no se ha demostrado que existan científicamente (sí, nos referimos a dios, e incluso a algunos tertulianos de Sálvame). Además, las continuas intromisiones de los diferentes gobiernos y grandes empresas, han acabado convirtiendo a los medios de comunicación en simples altavoces de sus políticas y deseos, haciendo muy difícil el libre ejercicio del periodismo. Porque igual les sorprende, pero las redacciones están llenas de periodistas, no de políticos, que en muchas ocasiones tienen las manos atadas. No los culpen, los periodistas también comen.

Y aunque las redes sociales, sus haters profesionales, y hasta los hackers rusos hacen mucho ruido, lo cierto es que son la radio, la prensa y la televisión los que siguen teniendo una capacidad de influencia incuestionable en cualquier democracia moderna. El problema surge cuando usan la libertad de expresión como argumento para actuar sin medida, olvidando que antes del derecho a informar, está la obligación de no esconder o «maquillar» la verdad (que para el caso viene a ser lo mismo que mentir).

La cuestión es… ¿para qué sirve la prensa? precisamente para contar la verdad de lo que sucede en la sociedad. ¿Y qué verdad es esa?, ¿la real o la oficial? pues deberían ser lo mismo, pero la triste realidad es que casi nunca lo es, y menos si quedan dos telediarios para las próximas elecciones. Un periodista debe buscar esa verdad y exponerla, cuestionando siempre la versión oficial, y controlando las ganas incontrolables de todos los gobiernos y grandes corporaciones de «fabricar» la realidad, posibilitando que cualquier ciudadano tenga información suficiente para luego ir a las urnas, contratar un servicio, o luchar por sus derechos. No es tema baladí el que tratamos, sin información veraz, contrastada, sólo seríamos ovejillas al servicio de los más listos de la clase.

Pero a pesar de su importancia, la idea de que la prensa es el cuarto poder, es decir, un poder que está a la altura de los tres poderes clásicos del Estado – el legislativo, el ejecutivo y el judicial – es algo que deberíamos empezar a descartar ya. Como metáfora nos vale, pero es una metáfora peligrosa, responsable de múltiples falsas interpretaciones de lo que debe ser la información y cuál es su función social. Y es que la idea de cuarto poder parece beneficiar a todos, sobre todo a los ciudadanos, pero no es del todo cierta. En primer lugar beneficia a empresas privadas, dueñas de los medios de comunicación, que se sienten servidores del interés público, aunque al mismo tiempo muchas vivan de la publicidad y/o la subvención pública. En segundo lugar, beneficia a los propios periodistas, gente normal y corriente, que en muchos casos se sienten superhéroes, obligados por ese cuarto poder a ser nuestros defensores públicos, aunque nadie se lo pida. Y en último lugar, le viene estupendamente a los poderes políticos y sociales, que usan ese poder en su beneficio, convirtiendo a muchos de esos medios de comunicación y periodistas en perfectas herramientas de manipulación, a veces (las menos), sin saberlo.

Lo cierto, amigos, es que esta idea de que la prensa es el cuarto poder salvador nos perjudica a todos, pues en realidad a nosotros como ciudadanos sólo nos llegan los ecos de una lucha de poderes a la que no estamos invitados. Y eso es lo que sucedió la semana pasada. Un medio de comunicación, en este caso El Confidencial, publica que el nuevo y reluciente ministro de cultura y deporte no es exactamente trigo limpio. La noticia es cierta, y eso le acaba costando el puesto. ¿Ha sido justo? seguro, no se puede permitir llegar a ser ministro a alguien que ha defraudado a Hacienda. Lo que no es justo es que la mayoría de la gente se quede con la impresión de que gracias a unos periodistas «salvadores» nos hemos librado de un ministro corrupto, porque eso no es verdad. Ni siquiera le ha dado tiempo a usar sus dietas para comer en el Vips. Y seamos sinceros, nadie cree que este hombre se pusiera como loco a robar a espuertas desde su despacho.

Pero lo cierto es que Màxim Huerta está fuera del gobierno porque desde el principio fue una mala elección, y ha sido muy fácil hacerle caer. La jauría en realidad no son los haters de redes sociales, ni los periodistas de investigación ávidos de corruptelas varias para ponerse medallas, la verdadera jauría son los que gobernaban antes, y los que quieren gobernar en el futuro, que no dudan en alentar a estos medios de comunicación para que saquen toda la mierda que puedan del nuevo gobierno. Y sí, se supone que eso es lo que deben de hacer los medios, pero también se supone que deben defender la existencia de un ministerio de cultura fuerte, que nos saque de esta especie de edad media cultural en la que nos han hundido otros gobiernos, y lo único que han conseguido es que España, otra vez, sea motivo de chanza y divertimento de medio mundo.

Ya andan de nuevo los medios buscando «verdades» incómodas para hacer caer a más ministros. Y las encontrarán, porque todos tenemos algo que esconder, sobre todo si hablamos de Hacienda. Nosotros sólo esperamos que lo hagan por los motivos correctos, sin estar al servicio de los intereses de nadie, y ejerciendo este supuesto cuarto poder con la intención de evitar que los corruptos dominen el mundo. Nosotros lo dudamos.

José Guirao, nuevo ministro de Cultura y Deporte

Y a rey muerto, rey puesto. Un rey al que todos conocen como Pepe, y que además es de Almería, claramente no puede ser malo.

José Guirao no es ningún desconocido para la industria cultural. Eso sí, de deporte lo justo, como era de esperar. Pero aún así su nombramiento está siendo recibido con gran alegría. En MDC nos sumamos al jolgorio generalizado, porque Pepe es mucho Pepe como vamos a ver.

Licenciado en Filología Hispánica, el nuevo ministro es un profesional con muchísima experiencia, sobre todo, en el sector del arte y la literatura. Lo mejor es que ha trabajado en el ámbito de la gestión pública y también la privada, y además suele aconsejar a organismos y empresas privadas cuales son las mejores inversiones culturales. Un mecenas que aconseja a mecenas. Nos encanta.

Tras tras una meteórica carrera en Andalucía, donde fue director general de Bienes Culturales, se vino a Madrid de la mano de Carmen Alborch, ya en el ocaso del viejo PSOE, y coincidiendo con aquel idilio maravilloso entre la gente de la cultura y la Alborch (esos modelitos para los Goya no se olvidan). Con ella fue director de Bellas Artes y Archivos del Ministerio de Cultura, y también con el PP en el Gobierno, cuando Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre y Pilar del Castillo fueron los jefazos. Como nos cuentan algunos amigos, eso demuestra que es un tipo con grandes dotes diplomáticas, aunque con carácter y muy firme si la ocasión lo requiere. Una nueva prueba de ello son los siete años ha estado en el cargo de director del Museo Reina Sofía, con dos partidos distintos en el poder, y durante una época en la que los museos formaban parte del debate político.

Pero para MDC, su momentazo fue cuando se hizo cargo de uno de los proyectos más geniales de las últimas décadas en Madrid: La Casa Encendida. Desde allí se atrevió a poner en marcha una programación arriesgada, poniendo el acento en las tendencias y las vanguardias, consiguiendo que muchos jóvenes se acercaran a la cultura por primera vez. Y de hecho, ha creado una escuela de jóvenes talentos, de donde salió la actual directora de La Casa Encendida, Lucía Casani.

Desde 2014, es el director general de la Fundación Montemadrid, de la que depende La Casa Encendida. Es además patrono, entre otras, de la Fundación Federico García Lorca, de la Fundación Antonio Gala.

Y como curiosidad os contamos que Guirao no tiene redes sociales, él mismo se define como «de la vieja guardia«, pero después de leer los tweets de Màxim Huerta, hasta lo agradecemos.

No se lo que piensan ustedes, pero este señor tiene muy buena pinta. Aunque esperamos que no se convierta en una costumbre hablar del Ministro de Cultura todas las semanas en nuestra editorial. Sería muy mala señal, ¿no creen?.

Suerte Pepe, la vas a necesitar.