El escenario improvisado de Hitler que nos enseña una lección de vida

Que VOX consiga ser Trending Topic con un hashtag no es sorprendente, todo el mundo puede serlo si tiene algo llamativo que decir. Sin embargo, la propaganda gratuita que le dan los medios y plataformas de comunicación contrarios a su ideología si me parece sorprendente y me recuerda a lo que me contaba Isabel Rey, productora del documental SHKID, a cuya campaña crowdfunding todavía le quedan unos días para llegar a su fin.

Me contaba el secreto mejor guardado de los nazis, que forma parte su documental, un campo de horrores en el que los nazis concentraron a la élite artista y judía de la época y los usaron como propaganda ante la opinión internacional para crear su propio plató de artes escénicas.

La zona es conocida como Terezín (Theresienstadt), una región ubicada a unos 70 kilómetros de Praga donde a partir de 1941 Hitler envió a cantidades ingentes de artistas judíos para crear su propia propaganda antes de exterminarlos.

Una historia fascinante y desconocida que convirtió a esta ciudad fortaleza en un gueto, al principio improvisado, donde el régimen comenzó enviando a soldados y ancianos judíos que habían sido condecorados en la Primera Guerra Mundial. Tras ellos, la élite cultural de la República Checa y más tarde a un total de 70.000 personas hacinadas, sin espacio, que iban siendo deportados de mil en mil hacia los campos de exterminio cercanos como Autswich o Birkenau.

Músicos, pintores y literatos del momento que terminaron siendo forzados para la mayor campaña de propaganda que conoce la historia del horror.

Todo comenzaría cuando las SS recibieron el encargo de rodar una película que después llegaría a titularse: «El Führer regala a los judíos una ciudad«. Para construir su relato, construyeron falsos decorados, una falsa piscina, un palco de música… incluso deportaron a gente en el momento del rodaje para dar sensación de más despejado.

Todo ello obligando a los habitantes de la región a seguir un guion con la amenaza de los campos de exterminio. Cuando la Cruz Roja acudió para comprobar que efectivamente allí se estaba creando arte y la opinión internacional también quedó convencida de la farsa, comenzaron el rodaje.

El film lo firmaría Kurt Gerron, un famosísimo actor y director alemán de aquella época que también era judío y con el que también ejercieron su poder de persuasión al obligarle a firmar la cinta bajo la amenaza del exterminio.

Lo más interesante de la historia es quizás como en esa situación de horror, los niños fueron capaces de sobrevivir gracias a la cultura. Crearon un club clandestino, una especie de república secreta en la que también editaban una revista clandestina. Un gran ejemplo de vida que en una situación de precariedad absoluta fueran capaces de crear cultura.

Y es precisamente ese ejemplo el que tienen en mente los supervivientes que por suerte ya no son más esos niños. Una de ellos es Dagmar Lieblová, superviviente de Terezín que hace un par de años visitó Galicia en la representación de una de las óperas que se creó en aquel contexto.

La ópera infantil Brundibár, fue compuesta por el checo Hans Krása y fue representada hasta 55 veces en Terezín. Corrió la misma suerte que Guerron, puesto que finalmente fue deportado a Auschwitz. Antes, consiguió reunir en el escenario a sesenta músicos.

A su llegada a Santiago de Compostela en diciembre de 2016, Dagmar Lieblová ofreció su testimonio a los asistentes, para recordarles los horrores que en una época no tan lejana provocó la propaganda y la desinformación.

Por eso me entra un escalofrío cuando paseando por Twitter recuerdo las palabras del entrevistador ante Dagmar Lieblová, «¿Y tú qué les dirías a los niños de hoy?» y más aún su respuesta «lo más importante es actuar cuando todavía hay tiempo». Porque al igual que cuando empezaron a recortar los derechos de los judíos, simples como pasear por la calle o tener un coche en propiedad, la gente no hacía nada por que «creía en la democracia«.

Como ahora, que cuando la educación, la sanidad, los derechos humanos, pasan a no ser la prioridad de algunos, el pueblo se ampara en su posibilidad de votar cuatro años después para revertir la situación. Pero, como decía Confucio, y así está inscrito en la pared del pabellón exposición más importante de de Autswich: «El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla».