Mi hermano dice que en el momento en que se monta en el coche ya empiezan sus vacaciones. Esta concepción del viaje, sin llevar del todo el itinerario cerrado, me ha permitido conocer pueblos tan maravillosos como Becherel “cite du libre”, Ronda o Pola de Sanabria. (Para los apasionados de los viajes recomiendo leer al genio polaco Ryszard Kapuscinski, pocos han escrito tanto y tan bien sobre el placer de viajar.)

El recorrido final también entra dentro de esta categoría y nos puede deparar agradables sorpresas: Me encontraba volviendo de un pueblo de la costa valenciana hacia Madrid en los últimos días del verano, cuando decidí hacer un alto en el camino para comer algo y descansar.

Me desvié en una de esas estaciones de servicio que salpican los bordes de la Autovía del Este. No había sitio para aparcar debajo de los porches y tuve que aparcar a plena solana, me metí en un salón abarrotado de gente donde no había ni un solo sitio para sentarse, así que me disponía a salir por donde había entrado y me di cuenta que no se podía, había que recorrer toda la tienda sin poder apenas moverse entre toda la gente que había allí apelotonada. Observé al pasar que las máquinas expendedoras pedían unos precios desorbitados por sus sándwiches artificiales y sus refrescos hiperazucarados.

Cuando por fin conseguí salir observé que había varios grupos de personas utilizando el techo de su vehículo como mesa y deglutiendo algo rápido entre las muchas personas y coches que por allí pasaban. Me sentía como si fuese ganado y me marché de allí. ¿Por qué hay que acabar unas vacaciones así? ¿Hay que dilapidar tan rápidamente la tranquilidad adquirida durante unos días de descanso en la playa?

Quizás porque cuando una puerta se cierra otra se abre o porque, como había leído hacía poco tiempo “quien arriesga gana”, el caso es que acabé en uno de los mejores lugares que he encontrado en el trayecto entre Madrid y Valencia. Un maravilloso lugar llamado Casa Goyo en Villares del Saz, un pueblecito de Cuenca.

Es una especie de ultramarinos antiguo que en uno de los laterales tiene una barra de bar. Uno de esos bares-tienda de pueblo donde uno puede encontrar de todo.

Lo regenta Mari Carmen hija, que ha cogido el relevo a Mari Carmen madre después de varias décadas. Es un lugar grande, espacioso, agradable, limpio, acogedor. Uno de esos sitios en los que uno puede sentirse casi como en su casa.

Tuve la suerte de poder charlar con Mari Carmen, una mujer agradable e interesante que me explicó las bondades y también las realidades de su tierra. Tienen una gran cantidad de dulces artesanales de la zona: rosquillas, pastas, magdalenas e incluso unas galletas elaboradas con pasta de mantequilla que importan directamente de Holanda.

También tienen unos quesos manchegos que son de los mejores que he probado en mi vida y que suelo llevarme cuando paso por allí (si tienes suerte te pondrán una muestra con el aperitivo de tu consumición). Tienen buenos jamones y buenos embutidos, pan de panadería de pueblo. Miel con denominación de origen y en fin, todo lo necesario para hacer una parada para tomar un pincho, un bocadillo o un café con dulces, con una tienda para contentar también a los más pequeños de la familia.

 

Le recomiendo vivamente que, la próxima vez que vaya o vuelva de las playas de Levante, haga una parada en Casa Goyo en Villares del Saz. Se reconciliará con las paradas en medio del viaje y podrá conseguir productos alimenticios de una calidad excepcional a un muy buen precio y, si tiene suerte, disfrutar de la agradable conversación de Mari Carmen.

El pueblo también dispone de gasolinera por si necesita repostar. Yo ya paro allí casi siempre, porque también hay que variar de vez en cuando para arriesgarse a descubrir nuevos tesoros, aunque a veces te salga rana, eso también forma parte del viaje.