¿Se imaginan que el propio Antonio Gaudí les diseñase la casa de sus sueños y solo tuvieran una semana para disfrutarla? Es lo que le pasó a Máximo Díaz de Quijano.

Antes de que Daniel Sánchez Arévalo la utilizase como escenario para contar la historia de Primos, la localidad de Comillas ya se había convertido en uno de los principales atractivos de Cantabria. Allí, en 1883, cuando tenía 30 años, en arquitecto Antonio Gaudí se encargó de la construcción de la Villa Quijano. Un encargo de Máximo Díaz Quijano, cuñado del primer Marqués de Comillas, que, como se pueden imaginar, había ganado bastante dinero en las indias.

Esta casa, construida con todo lujo de detalles, fue concebida como un «piso de soltero» de la época, aunque ya nos habría gustado a los que vivimos en apenas 50 metros cuadrados, disponer de esas habitaciones, esa galería invernadero principal y esos pasillos.

Una estructura que se hace grande una vez que el individuo accede al interior, puesto que desde fuera el tamaño de la casa parece más pequeño. Creada para un aficionado a la música y la botánica, la arquitectura de la casa introdujo detalles innovadores como una acústica especial en la sala habilitada para tocar el piano, o una estructura para subir y bajar las persianas que imitaba el sonido de las campanas. La fachada exterior cuenta con varios detalles relacionados también con las plantas y la música.

Consciente del problema con el sol en el norte de España. El edificio está construido de tal manera que las ventanas aprovechan toda la luz del día a través de unas ventanas colocadas expresamente en los lugares de rotación del sol. Así, la propia casa se retroalimentaba del calor y de la luz hasta la noche. Incluso un invernadero interior hacía las veces de calefacción central. Absorbía el calor durante el día y lo desprendía al resto de las estancias por la noche.

El Capricho, nombre con el que se le conoce desde que terminase de construirse en 1885 no le podría venir mejor puesto que su dueño falleció el 7 de julio de 1885 y no pudo disfrutar apenas de la casa. Pero una casa tan cuidada y detallada ¿se pelearían por ella verdad?

Recuerden que hemos comentado en unas líneas más arriba que Díaz Quijano era un soltero de la época, y en aquellas, eso no estaba bien visto. No tenía descendientes por lo que la propiedad pasó a Benita Díaz de Quijano, su hermana. El hijo de ésta, Santiago López y Díaz de Quijano, reformó en 1914 la casa sustituyendo el invernadero por un bloque de obra de fábrica (por eso hoy en día es la única parte de la casa que se ha reconstruido).

Sorprendentemente el edificio cayó en el abandono tras la Guerra Civil y hasta 1969 no fue declarado Bien de Interés Cultural. En 1977 la última descendiente de los López-Díaz de Quijano, Pilar Güell Martos, vendió la propiedad a Antonio Díaz, un empresario que la restauró en 1988 y la convirtió en un restaurante. En 1992 El Capricho fue comprado por el grupo japonés Mido Development. Por último, desde 2009 el edificio se puede visitar reconvertido en museo.
Una visita recomendada si van a pasar por la localidad de Comillas para recordar que hubo una época en la que los arquitectos construían obras de arte para vivir y por encargo,  y en la que se podían permitir rechazar una propiedad de 720 metros cuadrados por considerarla «demasiado pequeña».