Hoy me paro a reflexionar después de haber leído un artículo antiguo pero de total actualidad, sobre las nuevas cincuentañeras. A mí, que me falta poco para entrar en ese selecto grupo, me ha llamado poderosamente la atención un asunto sobre el que pasan un poco por encima, porque se centran en otros temas igualmente importantes de visibilizar.

Lo recupero aquí porque creo que a partir de tenerlo claro, nuestro lifestyle femenino, puede cambiar radicalmente. Ojalá me equivoque, pero creo que lamentablemente, al menos entre las mujeres de mi generación, esto abunda demasiado. Me refiero a la creencia de que nuestros procesos fisiológicos naturales provocan sufrimiento.

En el artículo que les cuento, una de las mujeres entrevistadas lo define a la perfección: “Todos los procesos fisiológicos normales de las mujeres están medicalizados, como si su cuerpo estuviera mal hecho y hubiera que corregir la naturaleza. Regla, embarazo, parto, puerperio, crianza y menopausia son tratados como enfermedades que necesitan asistencia médica y fármacos. La cosmética se presenta como la solución para que no se vea y no se note la edad. Parece que nuestra existencia sea una pena, y ser mujer, algo muy precario. Este patrón de valores descalifica y desvaloriza a las mujeres, y las multinacionales farmacéuticas sacan pingües beneficios de nuestra maltrecha existencia”.

Yo que obviamente vivo la menstruación y he experimentado embarazos, partos naturales, crianza… y me queda la menopausia, he de decir que ciertamente mis expectativas eran en ocasiones temerosas pero la experiencia fue estupenda. ¿Por qué tenía miedo? ¿Qué huella ancestral estamos heredando?. Respetando por supuesto a las mujeres que han vivido malos momentos, porque eso puede suceder, claro, expongo mi experiencia personal, sin filtros.

El embarazo, por ejemplo, fue una de las experiencias más increíbles que he podido experimentar. Había escuchado esas frases lamentables que culpabilizan a la pareja: «Claro, tú no tienes que aguantarlo» o «Tú no tienes que parirlo». Yo caminaba, dormía, bailaba y vivía feliz con una barriga, se lo aseguro, de proporciones importantes. Encontré mi modo de acomodarla en la cama y descansaba a pierna suelta. Estar embarazada es una de las sensaciones más extraordinarias, algo mágico sucede sin duda y nosotras tenemos la exclusiva en esto, una suerte absoluta.

El proceso de dilatación antes del parto lo esperaba con terror. Afortunadamente cada vez hay más literatura que lo desmitifica, como el momento del parto y me agarré a esa tendencia. Si bien el primero tuvo que ser medicalizado y ahí cambia la cosa, simplemente no sientes nada, el segundo que viví fue natural. Pude comprobar cómo mi cuerpo se iba acomodando al momento del alumbramiento, para ello hice caso a la recomendación de quedarme sola en un lugar en penumbra, fresco y cómodo, como cualquier otra hembra…y funcionó. La curiosidad se impuso a los momentos de malestar -que obviamente suceden pero son perfectamente soportables y fue muy interesante, de verdad.

El parto también lo esperaba con temor. En el primer caso al estar medicalizado ni lo sentí, en el segundo no dio tiempo a medicalizarlo. La sensación fue tener una bola de fuego a punto de ser lanzada y como tal así sucedió, en un lapso de tiempo tan corto que sólo recuerdo como el descorche de una botella.

Y la crianza, quizá la parte más delicada, porque entre todo lo que te cuentan, lo cierto es que lo más duro es la falta de descanso. No hay casi tregua. Pero lo cierto es que el cuerpo humano está diseñado para soportar bastantes retos. Si un navegante puede entrenarse para poder cruzar un océano sólo, durmiendo en periodos muy cortos de tiempo, ¿por qué una mujer tiene que vivir con angustia ese período?. ¿Por qué no nos preparan para ello? Es algo temporal, perfectamente soportable con momentos espléndidos, pero lleno de mitos que nos hacen vivirlo con cierto horror.

Quizá la respuesta es la mirada que elegimos utilizar. En las diferentes etapas que voy pasando encuentro a mujeres con perspectivas muy diferentes. Obviamente hago caso de las que a mi me resultan más cercanas e interesantes. Las curiosas que viven cada proceso con expectativas alegres y positivas. Las que quitan hierro al asunto y tranquilizan a las primerizas diciéndoles que nada es para tanto, porque efectivamente así es. Y sobre todo las que tienen claro que quieren vivir estas experiencias vitales tan poderosas como tales y no como enfermedades, porque no lo son o como padecimientos, que tampoco son. Claro que exige esfuerzo y que muchas veces las cosas no son tan bellas como las pintan, pero ¿qué proceso vital es perfecto en sí mismo?.

Ahora que asisto a descolgamientos, arrugas y demás elementos que van perfilando mi nuevo aspecto, por no hablar de la menopausia que llegará espontáneamente igual que la menstruación y que ojalá viva con la misma sensación de, bueno tampoco es para tanto…debo decir que no tengo ningún interés en aparentar menos edad. Apuesto por la «belleza» que otorga el paso del tiempo. Quizá todo se deba a que mi abuela que murió con 100 años, me parecía una de las mujeres más hermosas que he conocido. El listón es alto pero confío en la fuerza de la genética. Ardo en deseos de llegar a esa cota.