Hay historias que cuesta trabajo digerir. Además en ciertas épocas parece que, sistemáticamente, se socava la libertad con particular saña y crueldad. Pongamos como ejemplo finales del siglo XIX en Europa y el género femenino. Aunque lamentablemente la lacra de la humillación de la mujer ha sucedido durante toda la historia de la humanidad, quizá el siglo XIX con la creación de las grandes instituciones: cárceles, prisiones, orfanatos… surtió a la sociedad europea de lúgubres pabellones donde invisibilizar definitivamente a los “elementos” sobrantes o discordantes respecto a la moral requerida socialmente.

En esta época le tocó vivir a Camille Claudel. Artista, escultora, alentada por su padre para que estudiara en una Escuela de Arte, Camille tuvo la mala fortuna de contar con una madre ultraconservadora y encontrarse con el genio de Auguste Rodin. Su historia ha sido contada por diversas voces, siempre reivindicada, por lo cruel de su destino. Y El vestido azul ha sido una de las últimas que ahora se publica. Escrito por Michèle Desbordes enfrenta la espantosa rutina del encierro de Camille en un manicomio y la esperanza diaria de una artista sublime, deseosa de recibir la visita de su querido hermano Paul Claudel, el célebre poeta.

Se trata de una novela pero resulta tan evocadora que podemos considerarla un largo poema. Un verdadero canto a una absoluta injusticia.

Camille Claudel, escultora de una obra tan innumerable como indocumentada. Su carácter pasional y arrollador la llevó a crear junto a su maestro y amante, piezas en las que raramente dejó su nombre. Se dice que las manos y los pies de las más emblemáticas esculturas de Rodin las realizó Camille. Muchas se perdieron en arrebatos enfurecidos de ella, que destrozaba con el mismo ahínco con que él se refugiaba en la vida familiar de mujer e hijos.

25 años menor que él, modelo en desnudo y amante manifiesta, fue vilipendiada por su madre hasta el punto de dejarla encerrada hasta su muerte. 30 años en los que, desesperada, escribía cartas suplicando su libertad. Ese fue el manicomio donde su madre jamás la visitó y donde ansiaba la visita de su hermano. Paul Claudel, cómplice del encierro, sólo fue a visitarla en contadas ocasiones.

Michéle Desbordes presenta a Camille como espíritu libre, creativo, audaz, sensible, pasional… sin embargo… dice la autora: “Llegó el día en el que ella no tuvo nada más que decir ni que pedir, en el que la rebeldía y la cólera dejaron de tener sentido”. Quizá ese día, ni siquiera se puso el vestido azul, ese que seguramente reservaba para el encuentro con su querido hermano.

El vestido azul
de Michèle Desbordes
Editorial Periférica