El cuarto libro publicado en España de Liv Strömquist, La sala de los espejos, ha llegado a las librerías de la mano de Reservoir Books. En Más de Cultura ya os hablamos de No siento nada, un ensayo gráfico en el que hace una radiografía sobre el amor en esta época narcisista de vínculos frágiles. Con La sala de los espejos, se mete de lleno en la dictadura de la imagen y en cómo ha ido integrándose en la sociedad actual.

La autora, empezó a trabajar en este cómic durante la pandemia, en medio de zooms y clases online, donde mostrabas tu cara y tomabas conciencia de tu rostro a través de la pantalla. Liv lo interpretaba como una sala llena de espejos en la red, de ahí el nombre de la novela.

La más popular del colegio, la más popular en Instagram

Strömquist eligió a Kylie Jenner como inicio de su investigación, porque cuando escribió el libro era la instagramer con más seguidores y por ese deseo mimético que genera su personaje en redes, basándose en la teoría del filósofo René Girard y contextualizándola en nuestro tiempo. Trata sobre cómo copiamos los deseos de los demás y nos los apropiamos. Con las redes sociales, este rasgo humano se ha descontrolado a causa de la dictadura de la belleza. Ahora la belleza se considera un elemento más valioso y superficial que en otras épocas. Encajar en esos estándares que demandan las redes nos lleva a creer que podremos aspirar a un mejor trabajo, una mejor pareja y, en definitiva, a una vida más exitosa.

La obsesión del ser humano con la imagen tiene una larga historia que se ha desbocado en esta era consumista. En La sala de los espejos, Strömquist analiza, por ejemplo, la rivalidad entre la emperatriz Isabel de Baviera (Sissi) y Eugenia de Montijo, y de cómo hay teorías que consideran este el nacimiento de los ideales de belleza.

Pensar en todo lo que hacemos en nuestro día a día para poder llegar a esos estándares nos convierte en verdaderos súbditos de esta dictadura por la imagen establecida. El capitalismo tardío en el que vivimos nos lanza mensajes una y otra vez a los brazos del consumismo desmedido y, en el peor de los casos, de las cirugías estéticas.
Cuesta entender cómo en una época en la que se cuestiona la cosificación y la reivindicación de los cuerpos reales a través de una mirada femenina, cada vez tengan más peso referentes que no hacen más que replicar lo que se hacía hace sesenta años.