Galder Reguera es el otro Reguera escritor. Es mi primo y para él yo soy el otro Reguera. Su último libro se llama Hijos del fútbol y habla de lo que es ser padre y ser hijo. Ha publicado otros libros sobre fútbol y me da que para él el fútbol es como para mí el cine.

A Galder, que tiene mi edad, no lo conocía en persona porque no he tenido relación con mi familia por parte de padre. Ni con mi abuela (a mi abuelo no lo conocí porque murió haciendo submarinismo), ni con los muchos hermanos de mi padre, con quien fui a conocer a Galder. Comimos en un japo.

Mi primo tiene mirada de Reguera y es un tipo serio, inteligente y muy hablador. Mientras mi padre y yo nos calzamos una botella de blanco, Galder tomó un refresco. Me contó que está preparando un libro sobre su padre, que se llamaba Luis y se mató en accidente de coche cuando él estaba en el vientre de su madre. Fue una nochevieja. Cuando todo el país celebraba el nuevo año, entre champán, confeti y petardos, él, todavía un feto de dos meses, perdió a su aita. Y mi padre a su hermano menor y yo a mi tío. Los Reguera recuerdan cada fin de año a Luis. Bueno, no sé si todos. Galder por descontado y mi padre también.

Mi primo es otro de los escritores actuales que se atreve a escarbar en el pasado familiar por muy tremendo que sea, a indagar en tu sangre, a preguntarte por ese padre que nunca conociste, igual que David Torres se pregunta por el hermano que nunca conoció en su magistral libro Palos de ciego. Igual que Manuel Vilas se pregunta por la devastadora pérdida de sus padres en su tremendo Ordesa.

En ese libro Vilas escribe: “No me importa exhibir la vida de mi padre. Aunque en España nadie quiere exhibir nada. Nos vendría muy bien escribir sobre nuestras familias, sin ficción alguna, sin novelas. Solo contando lo que pasó, o lo que creemos que pasó. La gente oculta la vida de sus progenitores. Cuando yo conozco a una persona, siempre le pregunto por sus padres, por la voluntad que trajo a esa persona al mundo”.

Antes de despedirnos, con los cafés, descubrí otra cosa que me acerca a Galder: la total ausencia de nuestra abuela común. En el día de su comunión, su madre le pidió a Galder que se acercase a aquella señora distante para darle las gracias por haber asistido a su primera comunión. La abuela le contestó que de nada, pero le confundió el nombre y pronunció el de su hermano. Esa misma abuela fue también a mi comunión y no trajo ni un regalo para mí. Fue la última vez que la vi.