Estaba en sus vacaciones de verano. Jamel, de 9 años, se decidió en el coche que conducía su madre, en Denver. Asustado, lo confesó: “Mamá, soy gay”. Su madre pensó que era una broma del niño, miró hacia atrás y vio que estaba aterrado. Entonces ella sonrió, volvió a mirar a la carretera y le dijo tranquilamente, para relajar la situación: “Todavía te quiero”.
Animado, Jamel decidió salir del armario ante sus compañeros del cole. Les dijo que era gay y que estaba muy orgulloso de sí mismo. A partir de ese momento empezó su espantosa pesadilla. Sufrió tal nivel de acoso, que volvió a casa y se suicidó.
Al leer esta noticia intenté imaginar el horror verbal, el cerco, la tortura (¡infantil!) que sufrió Jamel. Y luego leí que la respuesta de los padres, profesores, policías y demás morralla fue llamar a “trabajadores sociales adicionales” para ayudar “a los niños del cole a superar la tragedia”. ¿No fue un poco tarde, señores? ¿Y no deberían ser investigados los niños implicados y sus padres? ¿Qué mierda enfermiza se cuece en esos “hogares” para que un niño le pida a otro que se mate porque es gay?
Pero la gran pregunta es: ¿Por qué se suicida un crío de 9 años? El escritor Alex Pler ha dado en el clavo: “Nos preguntamos por esa muerte la misma semana que el Papa (ese señor que nos vendieron como un tipo la mar de enrollado) aconseja llevar al psiquiatra a los hijos homosexuales y que Rafael Amargo se declara “bisexual y hetero, no maricón”. Construís un mundo de mierda y algunos no quieren vivir en él”.
El pobre Jamel decidió no vivir en un mundo de mierda y en el que unas sectas religiosas seguidas por millones denigran (en el caso católico) y hasta asesinan (en el caso musulmán) a los gays. Y no hace falta universalizar el terror: en España tenemos un partido mayoritario que votó en contra de que una persona gay se case. También tenemos a escoria como la de HazteOír y numerosas agresiones callejeras a parejas gays como la sucedida en mayo de este año. Fue una paliza a un chaval en Ópera. Tras recuperar la consciencia, se levantó en medio de un charco y vio a una amiga suya discutir con unos maderos, que lo miraban con asco. “Eso le pasa a tu amigo por putito”, dijo uno de los polis. En pleno 2018.
Y la agresión fue en Madrid, imaginen esos pueblos donde se esconde la verdadera España, la cateta, analfabeta y homófoba, la que sigue cantando “Maricón el que no bote” en las alcohólicas noches de sus fiestas patronales.
Si fuese padre, me pensaría mucho eso de animar a mi hijo a salir del armario en el cole, incuso en mi país. No sobreviviría a algo como lo de Jamel.

Diplomado en producción por la ECAM, es productor y director del documental Los Chicos de la foto y guionista del largometraje ¡Ni te me acerques!. Sus primeros pasos en el periodismo cinematográfico los dio en el diario Otra realidad. Responsable de cine en el diario cuartopoder, ha sido, además, colaborador de Cinemanía, Vanity Fair y El Economista y redactor jefe de la revista de cine Op.Cero. En 2013 fue ganador del prestigioso Premio X Café Món gracias a Liquidación, su primera novela. La obra también fue candidata al Premio Euskadi, al igual que su segunda novela (La cabalgata). Reguera también es autor de los libros Carlos Pumares, un grito en la noche, 2001. Un largo camino hacia las estrellas, Apocalypse Now. Odisea en los territorios del horror, Antiguía del cine, William & Miguel y The End. Sobre su estilo José Luis Miró (El Mundo) escribió: “La prosa de Reguera es un hacha y conviene tener cuidado con ella”.
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