Finales de los 90, American Pie se convierte en un éxito mundial y en el reflejo aspiracional de muchos jóvenes. Aparecen en el imaginario conceptos como MILF y las mujeres vuelven a quedar relegadas a mero objeto sexual. Alcohol y fiestas de instituto, ¿acaso había algo mejor? Estados Unidos vivía una época de esplendor en su cinematografía, había encontrado un nicho de mercado en todas esas películas «para jóvenes» que no se metían en temas políticos y terminaban con un «final feliz». A todos y todas los/las que nos criamos con Una rubia muy legal, Chicas malas, A por todas, Una cenicienta moderna o Fuera de onda, nos parecía una realidad alternativa que servía como desengrasante para olvidar durante un par de horas nuestra falta de expectativas laborales, el cambio climático, los desengaños amorosos y los exámenes finales.
Al final toda esa burbuja explotó y la forma de hacer cine cambió, en parte con la irrupción de las plataformas, pero también por ese sentimiento de desconexión con la realidad que existe a pie de calle. El fin del sueño americano había llegado, la mujer demandaba una posición más importante que la de jefa de animadoras y necesitábamos un espectro de realidades más amplio en el que vernos reflejadas/os. El cine independiente, que había retratado las realidades más crudas, saltó al mainstream. Pero antes de Euphoria o Sex Education, hubo unos precedentes que no pueden pasar desapercibidos para entender cómo hemos llegado hasta aquí.
Larry Clark siempre ha estado a la cabeza del realismo sucio desde que en el 95 estrenara la perturbadora Kids, un largometraje sobre la propagación del VIH entre jóvenes que están comenzando a tener relaciones sexuales. La historia se centra en un chico que lo contrae y desconoce que lo tiene, y en cómo lo va propagando entre chicas vírgenes con las que se acuesta sin utilizar preservativo. Prima mostrar la situación tal cual, dejando a un lado sensacionalismos o guiones elaborados. Retrata el mundo de las drogas y la delincuencia juvenil, el mundo de los jóvenes alienados y apáticos que buscan evadirse del nihilismo y el desaliento en el que viven. Ken park, también de Larry Clark, mezcla también todos los tópicos más perturbadores que existen, dándoles una vuelta de tuerca más.
Harmony Korine siguió la estela de este nuevo cine constumbrista con su debut cinematográfico gracias a Gummo. Poniendo al frente de la interpretación a adolescentes con discapacidad, malviviendo en casas que no deberían ni recibir ese apelativo, consumiendo estupefacientes. Historias que podrían recordar a los niños de la estación Leningradsky, el documental ruso, porque realmente ni están actuando ni son millonarios, son jóvenes que viven así y que se interpretan a ellos mismos.
American honey, de Andrea Arnold, que habla de sexo, drogas, trap y de jóvenes que se recorren Estados Unidos vendiendo suscripciones de revistas a domicilio, es otro ejemplo más ligero. Un tipo de cine que retrata el verdadero sueño americano, es decir, el ausente sueño americano. Ese ideal frustrado que ha convertido al país en un estado social y culturalmente fallido. Donde la gran masa de la población se ha dado cuenta de que muchos viven mal para que unos pocos vivan demasiado bien.
En 2017 Sean Baker dirigió The Florida Project, dejando un lado el instituto para hablar de la vida en un motel barato de Estados Unidos. Embaduranada en una paleta de color muy llamativa, Willem Dafoe lleva las riendas interpretativas de esta pequeña ciudad-edificio donde los niños viven desprotegidos, los padres están ausentes y las madres se tienen que buscar la vida para sobrevivir. Y todos beben mucho para olvidar que viven en un sistema sin oportunidades, donde la violencia puede aparecer en cada esquina y donde la educación brilla por su ausencia. Tener secadora no sirve de nada sin una sanidad pública universal.
Pero no todo iba a ser tan crudo, este nuevo costumbrismo también ha llegado gracias a películas como Ghost World y Napoleon Dynamite que son adolescentes inadaptados pero adorables, trágicamente inteligentes, ácidos y muy graciosos. Los «marginados» han tomado el poder y las masculinidades tóxicas ya no son cool. Lo hemos visto con Yo, él y Raquel, Las ventajas de ser un marginado, Juno o Lady bird.
En España también hemos visto una evolución en ese sentido, mucho ha cambiado todo desde Los Serrano o Compañeros. Y aunque tampoco es que Élite sea un claro ejemplo de retrato generacional, hay trabajos como Libélulas, que llega a las salas el próximo 16 de septiembre, que nos recuerdan ciertos comportamientos y conversaciones más acordes. Milena Smit y Olivia Baglivi se meten en la piel de dos mujeres cuidadoras (eso parece que no cambiará nunca) que quieren escapar de la realidad que les ha tocado vivir.
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