La Santita es un título, también un personaje que agarra de la mano al resto de personajes y que los hace conectar entre sí en el compendio de relatos que nos plantea Mafe Moscoso. De estas pequeñas puertas entre historias, surge su novela de relatos: La Santita.
Es la ópera prima de la antropóloga, migrante y docente Mafe Moscoso que ya forma parte de la colección El origen del mundo de Consonni, que reúne otros títulos como Lunes, de Eli Ríos, La trastienda de Uxue Alberdi, Ritual de duelo de Isabel de Naverán o los de lx escritorx Akwaeke Emezi. La autora nació al borde de los volcanes en Ecuador y actualmente vive en Barcelona. En su visita a Madrid para presentar el libro, tuvimos el placer de escucharla entre los muros de la librería Mary Read junto a Gabriela Wiener para charlar de este título tan especial.
Entre sus páginas entramos de lleno y desde el principio en su universo, plagado de contrarios: el cuerpo contra el espíritu, lo femenino contra lo masculino, lo lúdico contra lo racional y la magia enfrentada a la ciencia entre gallinas, volcanes, referencias de la cultura Pop como Hello Kitty o Star Wars e incluso la existencia de otras realidades, una suerte de portales entre lo vivo y lo muerto.
Nos aproxima muy bien Mafe a esas violencias profundas que habitan en la cultura andina. Para ello, se sirve de un lenguaje que es más bien un “deslenguaje”, como bien lo definía la escritora Gabriela Wiener en la presentación del libro en Madrid: «Solo hay que conocer a Mafe para saber hasta dónde ha llegado la lava de los volcanes. La Santita es una orgía de sentidos perdidos y recuperados. Una fiesta patronal del lenguaje herido con su resaca, con sus formas excéntricas de sanar”.
Le pregunta la cronista peruana sobre el origen de los textos y confiesa la ecuatoriana que La Santita está conectada con su abuela: “Está dedicado a Lucinda, a los mundos que ha compartido mi abuela conmigo desde que soy niña. Son los espíritus, los santos, los muertitos y las muertitas con los que yo he crecido. Son todas las historias y todas las cosmologías de mi abuela y toda mi línea materna con las que crecí”.
En sus siete relatos, encontramos historias de superstición, creencias y farsas, pero también otras que imbrican con algunas vivencias reales de Mafe: “Víctor fue un amigo mío que murió cuando era niño. Es algo que me ha acompañado siempre y quería hablar sobre el accidente”.
Por eso también surgen en La Santita otros referentes que no se pueden englobar tanto en lo clásico o en lo tradicional. Esas telenovelas o figuras como Chayanne o Hello Kitty que salieron inevitablemente: “No fue premeditado, es algo que también ha ido saliendo y de lo que he sido consciente después”. Como la música, que también está muy presente en la novela.
Los vivos olvidaron que tienen que morir. Pero las últimas niñas llegaron al norte con el don, la capacidad de activar la memoria de la vida y la muerte. En el mundo de los adultos, el recuerdo de la desaparición ha sido borrado porque se convirtió en un pasado insoportable. Las abuelas hemos retornado para activar junto a las nietas los caminos de retorno. En consecuencia, la fe. La palabra fe es amplificada a través de las ondas, después se vuelve borrosa. La voz de la abuela se convierte en eco, pierde claridad, desaparece. Suenan unas maracas, un tambor, varios timbales, un sintetizador. .
El lector avispado reparará en cómo tres de las historias se cruzan entre relatos. Se trata de ese deseo constante que tienen los personajes de La Santita por resistir a la violencia imperante en sus realidades: “son como luciérnagas. Son personajes de grietas, sobrevivientes mínimos que están siempre en algún lugar. Invisibles a los que hay que aprender a ver”. Sin embargo, sostiene que, para ella, fueron los personajes los que la encontraron a ella, y no al revés.
Para una creadora que siempre ha escrito desde la periferia, lo queer toma protagonismo en sus letras. Entendido para ella como un “gesto bastardo, mestizo contra el sistema binario, heteropatriarcal, que ordena el mundo. Esto si entendemos lo queer como este intento de romper con el binarismo o desintegrarlo. Ocurre todo el tiempo y con una intención”.
Mafe Moscoso estudió antropología en Quito y cree que Ecuador siempre ha sido invisible para muchos. Pero también elogia la calidad de sus coetáneas en la escritura y la labor de las editoriales en España, como Consonni, que trabajan los textos que proceden de países como el suyo: “Supongo que somos más conocidas ahora por la calidad de mis compañeras, de todas las que están escribiendo buena literatura. También gracias a la migración, que estemos aquí con el flujo de las editoriales españolas publicándonos, hace que tengamos mayor visibilidad”.
“¿Y qué te contaron los volcanes?” Se pregunta Wiener acerca de las experiencias inmersivas de Moscoso con la naturaleza de su infancia en Cotopaxi. “Muchas cosas”, sostiene Mafe: “Secretos de una zona herida, pero con chispas. Unas se pueden contar y otras no”. Muchas, esos pedazos oníricos de un universo personal, se encuentran dentro de las páginas La Santita.
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