Isabel de Naverán nos presenta una obra de lo más íntimo y terapéutico, la novela Ritual de duelo (Consonni). Coincidiendo con el aniversario de la muerte de su madre, Isabel de Naverán escribe este diario de duelo en el que nos va llevando por los distintos procesos de lo que supuso para ella y sus allegados, el acompañamiento a la enfermedad de su madre.

La autora trata de recuperar los últimos días de la vida de su madre afectada por una enfermedad degenerativa y mortal. Pero no crean que se trata de un texto en exceso triste, al contrario, el poder de la novela reside precisamente en esos fogonazos de luz que, lejos de entristecer, aportan un rayo de esperanza a todo aquel que se pueda sentir identificado. Como sus mismas frases evidencian: “Lo maravilloso de aquellos   días no fue lo que vivimos, ni lo que hicimos, sino lo que presenciamos”.

Esta es la primera novela de Isabel de Naverán, Doctora en Arte por la UPV/EHU, que desde hace años investiga el cruce entre el arte, la coreografía contemporánea y la performance.

En Ritual de Duelo encontramos realidad, pero también crítica desde el humanismo. ¿Cuándo está preparada una para escribir un libro así?

No hay palabras para el desconsuelo ante la muerte de alguien que quieres y que te quiere. Lo único que una puede hacer es tratar de que no muera aquello que se daba estando junto a esa persona, lo que una puede seguir siendo a pesar de su ausencia.

A menudo recuerdo un breve aforismo de Walter Benjamin que dice “cuando muere un ser muy próximo a nosotros, nos parece advertir en las transformaciones de los meses subsiguientes algo que, por mucho que hubiéramos deseado compartir con él, sólo podía haber cristalizado estando él ausente. Y al final lo saludamos en un idioma que él ya no entiende”. Y me gusta porque de lo que habla es de la instauración de un nuevo idioma, de un ritual o código que antes no existía.

El mundo y las relaciones se reconfiguran y se resignifican inevitablemente. La sociedad nos dice que hay dos modos posibles de afrontar un duelo: pasar página del suceso y volver a la rutina previa; o bien anclarse en la nostalgia, enfermando de tristeza. Me resisto a creer que el duelo se debata entre esas dos opciones. El duelo es un estado de gran potencia, y de una conexión profunda con la vida.

No sé si he escrito el libro estando preparada, pero lo que sé es que escribirlo (el ritual de escribir) ha sido un modo de alargar mi relación con ese estado de potencia vital. Cuando la gente dice que Ritual de duelo le ha sido de ayuda, no creo que se refieran a que el libro les sirva como guía o terapia, porque no lo es. Pero quizás sirva para reconocer un estado común en el duelo.

Retrato Isabel de Naveran ©LoreaAlfaro

Retrato Isabel de Naveran ©Lorea Alfaro

A diferencia de otros ensayos relacionados con mis investigaciones, se puede decir que este libro, de algún modo, se escribe a sí mismo y gracias a la editorial Consonni, se publica, es decir, se hace público, entra en la esfera pública.

Cómo escribir era la pregunta. Cuando digo que el libro se escribe a sí mismo, me refiero a que yo lo entendía como una suerte de mandato. Algo que tenía que hacerse, que tenía que ser hecho. La filósofa francesa Vinciane Despret en su libro Au bonheur des morts: Récits de ceux qui restent (2017) habla de lo que los muertos nos hacen hacer, de cómo los muertos reclaman nuestra atención. Y no se refiere a fantasmas ni a muertos que regresan de alguna parte. Sino a la parte de aquellas personas que sigue estando viva en nosotras.

Ritual de duelo se escribe siguiendo una suerte de fuerza incomprensible, vital, no negociable, y el libro habla de esa fuerza, pero ¿cómo escribir algo para lo que no parece haber palabras? solo podía hacerlo desde la descripción de sensaciones físicas y de imágenes mentales, que permanecían y permanecen impresas todavía en mi cuerpo.

Entonces, escribir consistía en volver al lugar a través de esas huellas o sensaciones. Pero el libro no solo recoge lo que fueron aquellos días, sino también describe el estado cambiante propio del duelo. En cierto modo es una escritura que sucede en directo. Funciona a la vez como una epístola hacia mi madre (hablo con ella) y como un ritual físico (escribir lo es) que asume que poner palabras es transformar irreversiblemente la experiencia vivida, como un peaje necesario a pagar. Y ahora el libro es un libro y circula en otras manos.

Has iniciado iniciales para todas las personas que aparecen menos para tu nombre. Es la única referencia a ti, la única ruptura de la cuarta pared, cuando te llama tu hermana.

Ritual de duelo está escrito desde una especificidad radical, y da cuenta de una experiencia situada, localizada. Sucede en Algorta, en la casa de mis padres. El edredón de flores naranjas y rosas es ese y no otro, las personas que aparecen tienen un nombre propio, son esas y no otras.

Me parecía importante mantener un vínculo con la singularidad de esas personas, una suerte de intimidad manifestada a través de la inicial, y al mismo tiempo que el foco no estuviera colocado en la curiosidad sobre quiénes son. Porque en realidad no importa, podría ser cualquiera. A pesar de lo extraordinario del hecho, se habla de una experiencia común. Lo que importa es que hay una suerte de transferencia entre los cuerpos, algo de la individualidad que se abre.

Leer las iniciales en lugar de los nombres completos ayuda a que se produzca una sensación de multiplicidad, que es la que yo tuve y la que quería recuperar. Y ofrece un acceso para entender que, aunque sea un solo individuo quien fallece, el acompañamiento a la muerte y también el duelo son sucesos colectivos, que nos implican y transforman como comunidad. Y esa, creo, es la potencia.

Y lo que no hace falta contar, en blanco. ¿Esta idea de páginas en blanco estuvo presente desde el principio? 

En el intento de recuperar sensaciones o imágenes guardadas, la escritura encuentra la manera, no ya de describirlas, sino de volver a esos lugares, de convocarlos.

El proceso de la escritura y su manera de estructurar su propia forma, hace que se disponga en fragmentos separados por espacios en blanco. Estos espacios funcionan, por un lado, como bien dices, como omisiones necesarias, porque hay mucho que no se dice. Pero también y sobre todo los espacios en blanco funcionan como respiraciones físicas en la lectura.

El texto está escrito desde una experiencia corporal, describe personas que se mueven de una habitación a otra, que se miran, hacen gestos, se tocan, se sujetan, se levantan, se piensan, etc. y también el texto produce un efecto somático en quien lo lee, y se debe en parte a estas decisiones formales, al ritmo provocado por las relaciones entre el texto y los espacios en blanco.

Creo que es el primer libro que he leido que incluye el asunto del coronavirus, ¿Será la marca de nuestra generación en la literatura posterior?

En primavera de 2020, cuando se cumplió el primer aniversario de la muerte de nuestra madre, el mundo y en concreto las condiciones de atención y cuidado en el momento de morir, habían cambiado radicalmente. Nos encontrábamos en pleno confinamiento derivado de una pandemia global, siendo testigos o partícipes de un duelo colectivo que aún estamos experimentando.

Surgía una contradicción porque, por un lado, parecía extraño hablar de lo que había sido el acompañamiento a una muerte digna, como fue la muerte de mi madre, orquestada por ella misma, rodeándose de las personas queridas, en su propia cama. Y, por otro, precisamente por eso, porque era y es posible atender ese momento de la vida, parecía importante escribir y recuperar aquel caso, traerlo al presente. Hacerlo público era una decisión importante, un gesto político.

Retrato Isabel de Naveran ©LoreaAlfaro

Retrato Isabel de Naveran ©LoreaAlfaro

Aunque el libro no trata sobre el coronavirus, está presente de algún modo porque está escrito entre 2020 y 2021, y porque, como decía antes, describe un estado de duelo vivido en coincidencia con el surgimiento del coronavirus. Entonces, aparece en algún momento, como parte de la situación.

Es evidente que la situación vivida nos ha afectado y nos afecta profundamente. El duelo colectivo que ahora reconocemos de manera más clara al ser testigos de la muerte de tantas personas, convive con el duelo planetario, con la consciencia de que vivimos –como dice la pensadora Donna Haraway– en un planeta herido. Y que nuestras vidas son interdependientes con las de otras especies y tenemos, como ella indica, “que aprender a tejer modos de vida”.

Vivir de cerca o acompañar la muerte de alguien a quien quieres y que te quiere, te transforma sin vuelta atrás. Y, de algún modo, resignifica tu modo de sentir el mundo, te obliga a reorganizar las relaciones con todo, desde lo más pequeño hasta las relaciones con otras personas, pero también con otros seres y formas de vida.

Cualquiera que haya vivido una situación similar, puede identificar esa reestructuración de las prioridades y de las relaciones como algo que sucede cuando se está cerca de la muerte. En realidad, siempre estamos cerca de la muerte, como aspecto inherente a la vida, pero no siempre somos conscientes.

Saberse viva implica tomar las riendas de tus relaciones. Entonces, puede que la situación de la pandemia, como cualquier otro colapso de la historia, afecte al modo en que se escriba, inevitablemente. Pero en cualquier caso, lo que se revela, ya estaba ahí antes.

Basas tu carrera en el estudio de la corporalidad y el arte. ¿Por qué esa especificación?

María Mur –directora de la editorial Consonni, que publica Ritual de duelo– tras leer el primer borrador del texto me dijo: “es increíble porque una llega a la última página y nadie sabe a qué te dedicas. El libro es la voz de una hija”. Me gustó mucho ese comentario.

Acostumbrada a publicar ensayos sobre arte, danza y coreografía, en Ritual de duelo escribo por primera vez al margen, digamos, de mi profesión como investigadora en artes escénicas. En el libro no encontrarás citas, referencias, notas al pie, porque el libro no teoriza (aunque sí reflexiona) sobre la cuestión tratada. Ritual de duelo es principalmente, y como dice María Mur, la voz de una hija que habla de su madre y con su madre. Pero esa hija resulta que es investigadora en danza. De alguna manera, mi preparación profesional me ha entrenado para observar, describir, apreciar, distinguir, experimentar desde la corporalidad, las relaciones coreográficas que todo el tiempo se dan entre los cuerpos, en los gestos, en el espacio y en el tiempo.

Escribirlo fuera del marco académico de la investigación, me ha permitido ensayar una escritura en cierto modo liberada.

¿Más de cultura y menos de qué?

Depende a qué llames cultura.