Fue el gran guionista William Goldman (Dos hombres y un destino) quien escribió la breve y contundente frase “Nadie sabe nada”. Con ella se refería a que en Hollywood, y digan los que digan los chicos de marketing, nadie tiene ni la más remota idea de lo que va a ser un éxito. Lo hizo en su libro Las aventuras de un guionista en Hollywood y antes que las películas superhéroes, y su indecentes presupuestos y dispendios en publicidad, invadieran las salas. Dirty Dancing, que este mes vuelve a los cines en un sano ejercicio de nostalgia ochentera, fue un claro ejemplo de puesta en práctica de esa famosa frase. Nadie esperaba nada de ella y acabó siendo unos de los grandes blockbusters de todos los tiempos.

No fue el primer blockbuster, cuya expansión llegó en los años setenta. Fue la revista Time la que recordó el curioso y oscuro origen de esta palabra, que comenzó a aparecer en la prensa estadounidense en los años 40 refiriéndose a enormes bombas aéreas capaces de destruir por completo bloques de edificios. El nombre blockbuster se popularizó y en poco tiempo se utilizó para referirse a algo explosivo. La primera vez que la palabra fue usada para una película fue para Bombardier. En mayo de 1943 los anuncios en Variety describieron este film de RKO como “El blockbuster de todas las películas de acción y thriller”. Al año siguiente, Time escribió sobre la película de Michael Curtiz Mission to Moscow: “Los críticos han decidido que es tan explosiva como un blockbuster”.

Antes de la era de los supehéroes, de la supremacía industrial del emporio Disney y de la guerra de las plataformas, los años ochenta supusieron un cambio de timón en Hollywood, que venía de dar los directores/autores todo el poder. Pero tras sonoros batacazo de taquilla como el de La puerta del cielo, ese poder cambió nuevamente de manos y fueron los productores, ejecutivos y agentes de las estrellas los que gobernaron.

El 21 de agosto de 1987 se estrenaba en Estados Unidos Dirty Dancing, que llegó España casi un año después, en junio de 1988. Y fue un éxito que ninguno de sus artífices esperaba, ni sus actores, ni su director, ni sus productores. De hecho, en los primeros visionados de prueba la película no gustó nada y estuvo a punto de ser estrenada directamente en vídeo.

El título del millón

Dirty Dancing es el ejemplo de película de productor desde su origen. En este caso de productora. Linda Gottlieb, que trabajaba en MGM, invitó a comer a la escritora Eleanor Bergstein, cuya familia pasó muchos veranos en los complejos turísticos de lujo Catskill Resort Hotel de Grossinger, en las montañas Catskill. Mientras sus padres jugaban al golf, Bergstein no siguió las normas pijas y se convirtió en reina adolescente del mambo. La primera experiencia en el cine de Bergstein la había tenido escribiendo el guion de Ahora me toca a mí, con Michael Douglas y Jill Clayburgh. Los productores del film cortaron una escena de baile erótico, censura que decidió a Bergstein a pensar en una historia basada en el “dirty dancing”.

En aquel almuerzo, Gottlieb y Bergstein hablaron sobre ideas para posibles películas. Bergstein le dijo a la productora que no tenía una idea concreta para una película pero que sí le gustaría escribir algo que incluyese bailes latinos. Gottlieb le pidió entonces que le contara cosas de sí misma y ella le explicó que su padre era médico y que de niña le gustaban los bailes que llamaban dirty dancing. A Gottlieb se le iluminó la cara y le dijo: “¡Ése es el título del millón! Ahora hay que pensar en la historia”. Bergstein acabó el guion y lo entregó, pero MGM cambió de mando y a los nuevos ejecutivos les pareció una historia que no le interesaría a nadie. El guion de Dirty Dancing acabó olvidado en un cajón, pero Gottlieb no se rindió y comenzó a buscar una compañía independiente que se interesase por la película.

En aquel almuerzo entre Gottlieb y Bergstein nació el personaje de Johnny Castle, personaje masculino inspirado en un bailarín que conoció Bergstein en su juventud que se llamaba Michael Terrace. Para interpretar a Johnny la legendaria directora de casting Bonnie Timmermann pensó antes en Billy Zane y Val Kilmer, pero como Patrick Swayze era no solo una cara conocida (había aparecido en Rebeldes, Amanecer rojo y la famosa serie Norte y Sur), sino un gran bailarín, entró en la película sin demasiadas discusiones en la oficina de producción. Pero Swayze, de 34 años, sí mostró sus dudas. No quería ser encasillado en papeles de bailarín tras haber protagonizado Grease en el teatro.

Para el papel de Baby Houseman los cinco productores de Dirty Dancing pensaron en Sarah Jessica Parker y en Sharon Stone, pero finalmente se llevó el papel una joven que no era un bellezón (la película no deja de ser una reformulación de la historia de El patito feo). Jennifer Grey, hija de Joel Grey, ganador del Oscar por su papel en Cabaret, fue la elegida y ya había aparecido en Amanecer rojo, Cotton Club y Todo en un día.

Por desgracia, Grey y Swayze se llevaron a matar en la película. En su libro autobiográfico titulado The Time of My Life, Swayze confesó que la mala relación con Grey comenzó en la citada Amanecer rojo. Según el actor, Grey era una mujer caprichosa que no paraba de quejarse de las condiciones del duro rodaje. Además, durante los rigurosos ensayos de las coreografías y bailes la actriz no paraba de cometer errores.

Para la dirección se contrató a Emile Ardolino, que había ganado el Oscar por el documental He Makes Me Feel Like Dancin‘ y fue productor de las series Dance in America y Live from Lincoln Center. Nada más empezar, la producción sufrió pronto un serio revés. Uno de los principales patrocinadores de la película, la marca Clearasil, amenazó a los productores con abandonar el proyecto si Bergstein, guionista y también productora, no eliminaba el episodio del aborto. Bergstein se negó rotundamente y Clearasil abandonó la película.

Otra de las complicaciones la producción, rodada en otoño, fue dar la impresión de que la historia transcurría un verano. El agua de la escena del lago estaba helada y Ardolino no pudo tomar primeros planos de los protagonistas se les ponían los labios azules. Cuando terminaron la icónica secuencia, los brazos de Swayze parecían de goma y su temperatura corporal estaba por los suelos. También el no menos famoso baile final se le atragantó a Jennifer Grey. A pesa de haberlo hecho en su primera audición, se negó a practicarlo durante la grabación, solo lo hizo en el momento en que no hubo más remedio que rodar la escena. Todo salió bien.

La maldición de Dirty Dancing

Los artífices de la película no tuvieron un final feliz. En agosto de 1987, con solo 27 años y a pocos días para el estreno de Dirty Dancing, Jennifer Grey decidió irse de vacaciones junto a su nuevo novio, Matthew Broderick, al que había conocido en el rodaje de Todo en un día. En un viaje por Irlanda del Norte, el coche que conducía Broderick invadió el carril contrario y chocó de frente con otro. En él viajaban dos mujeres, madre e hija, y las dos fallecieron en el acto. Grey y Broderick solo sufrieron heridas leves.

Nunca volvió a ser la misma y tampoco físicamente por culpa de la cirugía estética. Si ponen en Google Imágenes Jennifer Grey descubrirán a una señora que nada tiene que ver con la de la película. Es otra. “Era como estar en un programa de protección de testigos o ser invisible”, declaró ella misma tras el desaguisado en el quirófano y con su carrera completamente terminada. Nadie iba a poner en el cartel a una estrella que tenía, literalmente, otro rostro.

Además, Grey tuvo que ser intervenida de un tumor maligno en la glándula tiroides en 2010. Lo superó, pero la vida no fue tan justa con Swayze, fallecido por un cáncer de páncreas a los 57 años. Lo tenía tan avanzado que los médicos solo le dieron un 5% de posibilidades de sobrevivir. También Jerry Orbach, el padre de Grey en la película, murió de cáncer de próstata y Emile Andolino murió a los 50 por culpa del SIDA.

Anticapitalista y feminista

Para los productores, Great American Films Limited Partnership y Vestron Pictures, sí hubo un happy end. (I’ve Had) The Time of My Life ganó en 1987 el Oscar a la mejor canción original. Competía con canciones de Grita libertad, La princesa prometida, Superdetective en Hollywood II y Maniquí. Y aunque (I’ve Had) The Time of My Life era el tema más cursi y comercial, sin lugar a dudas uno de sus grandes aciertos de los creadores de Dirty Dancing fue lograr una banda sonora con temas fabulosos y que se vendió como churros en disco y casete. Ahí estaban las Ronettes con su Be My Baby, el Hey Baby de Bruce Channel y Hungry Eyes, que lo petó en las discotecas de todo el planeta y era ideal para bailar arrimado.

Los ejecutivos de MGM que dejaron pasar la oportunidad de producir la película se quedaron de piedra cuando leyeron en Variety que en su primer fin de semana en salas Dirty Dancing había ganado casi 4 millones de dólares. Acabó recaudando 214 millones en todo el mundo y todo con un presupuesto de solo 6 millones. Tras su paso por las salas, fue la película más alquilada en los videoclubs.

Y la película de Andolino, además, no es solo un histórico blockbuster, también es cine musical y comercial de mirada social y feminista. Porque en Dirty Dancing el mal está representado en los pijos explotadores y clasistas que tratan a la clase obrera que trabaja en el resort como a escoria, trabajadores que viven en barracones pero que se saben divertir y tienen bastante más talento y alma que ellos. En un sutil guiño a la América del republicano Ronald Reagan, uno de los personajes, un despreciable pijo que deja embarazada y tirada a una de las trabajadoras, está leyendo un libro de Ayn Rand, novelista que plasmó en su obra los fundamentos filosóficos del capitalismo.

La mirada feminista también es evidente. Dirty Dancing no interesó a los ejecutivos varones de MGM y tuvo que ser financiada por dos compañías independientes. Y la razón era que Dirty Dancing, que acabaría produciendo una mujer y dirigiendo un hombre abiertamente gay como Ardolino, es también una película sobre la sexualidad femenina, mostrada de forma directa, libre y sin tapujos. Toda una proeza para los conservadores años ochenta.