Juventud y cine, un cóctel molotov que suele explotar en la mente del espectador cuando se ve representado en alguno de los viajes emocionales de los protagonistas. Películas en las que encuentra su identificación a base de emociones y que también forma parte de un género cinematográfico y literario en sí mismo: el coming of age. De todo eso va «This is not Berlín».

Ciñéndonos al género, el coming of age se centra precisamente en el crecimiento psicológico y moral de los protagonistas. Con todo ese puñado de películas como «Lady Bird», «Call me by your name», «Moonrise Kingdom»…  donde el protagonista pasa a ser el viaje en sí mismo, desde la juventud hasta la etapa adulta.

Trailer oficial «This is not Berlín»

Un crecimiento personal que se mezcla en el texto con temas como la identidad sexual, la filosofía personal de los protagonistas y el contexto social y político que influye en su personalidad.

La última película del mexicano Hari Sama nos traslada precisamente a ese periodo de dudas y desconcierto del que pueden llegar a salir cosas brillantes: la adolescencia.

Nos encontramos en el México del 1986, donde conocemos a Carlos y Gera, dos chavales de 17 años  apasionados por la música.

Gracias a arreglar un sintetizador descubrirán un club clandestino underground en el que una generación de jóvenes se encuentra librando su propia revolución cultural y sexual: «El azteca».

Sobre este espacio de creatividad, drogas, música punk y anticapitalismo se sustenta la película, en el propio viaje de los protagonistas en su descubrimiento personal y despertar interno.

Estamos ante una película a camino entre la música y el cine, que puede recordar a otras como «Sing Street” que también retratan las inseguridades de la adolescencia, el descubrimiento sexual y personal, aderezado por un contexto político y económico complicado.

El director mexicano Hari Sama es amante precisamente del cine y la música y por eso ha convertido el film en un retrato generacional. Esos años ochenta donde la juventud con ideas nuevas quería cambiar las cosas y romper con los cánones establecidos.

El retrato vivo de la contracultura que surge de la música, el arte y la reivindicación. Precisamente el título elegido se debe a la conocida como “Movida Berlinesa” que al igual que la madrileña, tuvo lugar en la Alemania más underground y contracultural en los años 80.

Justo en el Berlín previo a la caída del muro donde se produjo una explosión de creatividad e inconformismo juvenil que dio lugar a fenómenos como la cultura punk o la fiebre de la música electrónica que, al final de la década, terminó convirtiéndose en la Love Parade.

Precisamente esa reflexión es una de las partes fundamentales e interesantes de la película con frases de guion muy bien elegidas como una en la que se menciona que «los mexicanos tienen la obligación de politizar» o la de que “el verdadero arte es el que incomoda”.

Con una estética reconocible en el cine latinoamericano, la dirección de fotografía acompaña a la época y a veces consigue asemejarse también al cine indie europeo.

También en cuanto a las estructuras narrativas sobre las que se sustenta. Cuando el protagonista empieza a descubrir los mundos de la contracultura y contagiarse de la fiebre de lo “no permitido”, lo hace con la figura típica del chamán que le guía.

En este caso esa figura se materializa fuera de la pantalla en el director, pero también dentro de ella, porque él mismo interpreta al personaje de Esteban. Cuando este sustento desaparece, todo se desmorona, es entonces cuando su viaje empieza a convertirse en la aplicación de todas esas enseñanzas.

La provocación siempre constante, forma parte incluso de los argumentos de la trama, cuando en el México clasista amante de uno de los mayores movimientos capitalistas como lo es el fútbol, se nos muestra una acción reivindicativa en pleno mundial de fútbol del 86, promovida por los grupos contracultura en contra de la homofobia del deporte.

Es un ejemplo de una película que pretende contar un episodio incómodo pero necesario de la historia de su país.

El resultado es que tras su paso por el Festival de Sundance, se llevó dos biznagas de plata en el Festival de Cine de Málaga, Premio Especial del Jurado y a Mauro Sánchez Navarro como mejor actor de reparto (un premio compartido con Quim Gutiérrez por «Litus», de Dani De la Orden).

Estamos ante otra muestra más del género coming of age narrado desde la perspectiva revolucionaria de los 80 mexicanos. Con la exploración personal de un protagonista que ilustra también la visión de un país que también está buscando su identidad colectiva.

Así, esta cultura popular bañada de punk y arte contemporáneo se mezclan con los deseos revolucionarios propios de la juventud, el levantamiento frente a las estructuras familiares, los amigos de toda la vida o el propio sistema.

El sida, la cocaína y el estallido de la heroína como la droga con mayores adictos, todas la señales que forman parte de la generación que retratan se presentan como personajes más de la trama.

Sin embargo, ya hay quien ha acusado a la película precisamente de ser un cóctel demasiado completo que a veces peca de querer introducir demasiados temas como si tuvieran que entrar a capón por obligación para conformar el discurso completo de la generación que quiere retratar.

Precisamente un final demasiado descafeinado para todo lo que cuenta la película en su arranque. Como si el proceso habitual de aceleramiento de la trama que se produce en la mayoría de las películas se ralentizase demasiado tarde para una conclusión necesaria pero predecible.

No obstante, puede que la película al ser, en parte, autobiográfica pretenda precisamente eso. Si entrar a contar una acción con base en los estándares clásicos.

Como si de la propia provocación imperante en toda la cinta se tratase, el director se toma la licencia de dejar al espectador con la miel en los labios, como si la propia reflexión del protagonista en ese último plano a ralentí fuese la que se espera del que está viendo la película. Un recurso muy utilizado en películas del coming of age o sobre arcos de transformación de personajes en cuanto a su propia identidad.

Sin embargo, el propio atrevimiento del director al presentar una película como esta en, sin olvidarlo, un cine todavía bastante clasista y en pleno rejuvenecimiento, es positivo. Con un discurso intencionado y desmitificando a los personajes.

Una historia íntima de la propia redención del director en su proceso creativo. Porque el protagonista bien podía haber sido músico, artista o cineasta. Un ejemplo de lo que supone ser una persona con motivación y creatividad en un contexto social incómodo.

Además, el propio director ha dicho en entrevistas que eligió esa fase vital precisamente porque: “es cuando recibimos las cicatrices que nos hacen ser quienes somos el resto de nuestra vida. Es una época que en general me parece importante”.

La película habla de eso, de esas cicatrices, que tampoco son nuestras del todo porque dependen del contexto en el que hayamos nacido, pero nos marcan irremediablemente para siempre.

Por eso, para cerrar con la misma reflexión con la que empezaba este texto, el propio director ha confesado ante lo medios que llegó a un punto en el que le empezó a afectar la grabación de la película por la implicación personal.

Pero, no obstante, se dio cuenta de que como artista es importante estar buscando ese lugar de incomodidad, porque es «donde pasan cosas como ser humano».

Y esto es aplicable también a otros sectores fuera del cine. Lo incómodo, a veces, es lo que provoca sensaciones. Igual que una película, que debe precisamente provocar algo en el espectador, bueno o malo, porque si no, se queda a medio camino y eso, es lo peor que le puede pasar a una obra.