Muchas veces pensamos que Internet es algo etéreo, que lo que almacenamos en la nube parece que viaja a una dimensión desconocida, pero ¿realmente controlamos qué es la nube? ¿Sabemos dónde se encuentra? Y lo que es más importante, ¿cuánto ocupa?
La nube es como una despensa de datos, siempre lista y dispuesta para que podamos tener acceso a ella en cualquier momento y desde cualquier lugar. El único requisito que nos exige es tener un dispositivo con conexión a Internet. El cloud computing, su nombre original en inglés, nos facilita el acceso a programas o archivos a través de unos servidores. De no ser por ellos, toda esta información estaría en nuestro ordenador. Ocupando espacio y ralentizándolo.
¿Cuánto ocupa la nube?
Entonces, lo que conocemos como “la nube de Internet”, cuyo nombre parece referirse a un ente inmaterial, en realidad no lo es. Son un montón de servidores funcionando las 24H almacenando la información que no queremos alojar en nuestros dispositivos.
Esta realidad está ahí y no sólo es algo tangible. Esa ligera y lejana nube que todos imaginamos son en realidad macroinstalaciones de servidores que pueden llegar a tener el tamaño de ciudades enteras. Estas “granjas” de servidores fueron el secreto mejor guardado de Internet hasta que los medios se hicieron eco de su existencia y la opinión pública desplegó su creciente concienciación medioambiental.
Las enormes infraestructuras necesarias para almacenar todos estos servidores han ido apareciendo de manera progresiva por diferentes ciudades, pero la elección del lugar no es aleatoria. Son instalaciones que necesitan mucho terreno, entonces es preferible que sean suelos económicos y con incentivos fiscales. Además, es necesario que se localice en un clima seco y frío, que facilite el no calentamiento de los servidores. Y por último, como es lógico, para su correcto funcionamiento necesitamos una gran cantidad de electricidad (más o menos lo que consume un pueblo entero), así que cuanto más barata mejor.
¿Es sostenible?
Sólo entre un 6% y un 12% de la electricidad gastada por estas instalaciones se emplea en operaciones de computación, el resto no sirve para absolutamente nada. Los centros de datos mantienen su funcionamiento con enormes generadores alimentados con diésel para contrarrestar un posible corte de energía.
Aunque no estén realizando un trabajo, sigue activos por si surge una subida repentina de actividad en Internet. Todo por no “quedar mal” ante sus clientes si el servidor deja de funcionar por un fallo eléctrico.
De las 14 empresas líderes en Internet evaluadas por Greenpeace en un plataforma #ClickClean, hay muchas que ya utilizan casi 100% energía renovable. Google continúa liderando el sector dando prioridad a las energías “limpias” en sus instalaciones ya existentes. Seguida de Whatsapp y Apple. La otra cara de la moneda, es la nube negra de Twitter, Amazon, HBO o Netflix, que obtienen la mayor parte de la energía eléctrica del gas, el carbón y de energía nuclear.
La pregunta que nos hacemos ahora es, ¿qué podemos hacer nosotros?
Lo primero de todo y más importante es tomar conciencia, contárselo a nuestros conocidos. Intentar que el mayor número de personas conozca que usar Internet también contamina. No somos conscientes del poder que tiene la sociedad y el boca a boca de cambiar las cosas, que se lo digan a todas las marcas que han dejado de incluir aceite de palma en sus productos.
También podemos hacer otras cosas menos idealistas: Comprar un equipo con el mayor nivel de ahorro energético y configurar el menú para que cuando nuestro ordenador lleve cinco minutos sin usarse “se vaya a dormir”. Es preferible un portátil a uno de sobremesa y rebajar el brillo del monitor, cerrar aplicaciones que no hagan falta en ese momento y desconectar accesorios que no se estén utilizando.
Ventajas vs desventajas
El fallo más lógico que presenta este sistema es que sin conexión a Internet estamos perdidos como sociedad. Tenemos acceso a una cantidad de información que nunca hubiéramos imaginado sí, pero nos hemos quedado sin privacidad. Y lo que es más importante, qué pasa con los datos que almacenamos en la nube y quién puede disponer de ellos, lo dejamos para otra entrega en Más de cultura.
Este artículo merece un agradecimiento a mi compañera y amiga Patricia Navarro, coautora del trabajo de investigación: «Qué es la nube»
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