Las grandes teorías siempre surgen en universidades sonoramente reseñables de Estados Unidos. Por supuesto nadie diría: «investigadores de la Universidad Rey Juan Carlos…». El síndrome de La ventana rota surge en Stanford, donde Philip Zimbardo, investigador de Psicología Social de la universidad realizó un experimento en 1969 que sería relevante para entender cómo funciona el marketing, las redes sociales y el ser humano en la sociedad en general.

El experimento consistía en dejar dos coches idénticos en dos barrios diferentes. Uno lo colocaron en el barrio del Bronx en Nueva York y el otro en una urbanización de lujo en Palo Alto (California). Como muchos esperarían, el primer coche fue desvalijado enseguida. Sin embargo, el segundo permaneció intacto. El resultado del experimento surge al alterar el coche que quedó intacto.

El investigador decidió entonces alterar el coche que no había sido tocado y romper uno de los cristales de sus ventanas. Acto seguido, el coche corrió la misma suerte que su homólogo en el Bronx.

¿Qué podemos extraer?

Si Philip Zimbardo se hubiese quedado con la primera impresión, todo el mundo habría extrapolado que lo sucedido con el coche en el Bronx tenía que ver simplemente la necesidad de las personas residentes en la zona.

Sin embargo, al comprobar que la ventana rota incitaba también a los residentes en el barrio de lujo a robar el coche por el puro pensamiento de: «alguien ya lo ha hecho» descubrió, sin saberlo, la clave del marketing moderno y el funcionamiento de la venta a través de las redes sociales.

El influencer tiene la ventana rota

Aunque la teoría basada en el «efecto llamada» se puede aplicar a muchos ámbitos del comportamiento humano. El que nos atañe en estas letras es el del marketing. Porque muchas de las estrategias de venta online tienen que ver con este principio.

Así, cuando el vendedor elimina los gastos de envío, nos los regala al llegar a un «mínimo de compra» o nos avisa de que «solo quedan dos entradas o dos habitaciones libres», lo que está haciendo es romper el  cristal de la ventana para provocar el efecto llamada.

Es decir, que en muchas ocasiones, son los otros los que rompen la ventana y nosotros, influenciados por ellos, cometemos el delito. Vamos, el «culo veo, culo quiero» de toda la vida.