Playa de Laredo, Cantabria. Casi vacía, un tiempo perfecto, algo de brisa, un agua cojonuda, atardecer de película… Escucho a mi espalda: “Yo creo que en ocho horas estamos en Benidorm. Ya tengo ganas”. El que despreciaba aquel alucinante paraje natural libre de turistas era un lugareño en chándal. Pronto estaría compartiendo 25 metros cuadrados con veinte personas.

Benidorm para mí es el infierno en la tierra, pero siempre me recuerda a Iñaki Uriarte, crítico literario y pijo de Bilbao (aunque él nació en Nueva York, ojo cuidado) y ganador del Premio Euskadi de ensayo en castellano por sus estupendos Diarios. Me lo descubrió mi amigo Pachi Arroyo, apasionado lector.

Envidio a Uriarte por cuatro razones: por cómo piensa y escribe, por su cultura, porque vive de las rentas y por su honestidad. Ahora que sufrimos tiempos de puro postureo y posados de verano sociales (como los de las reinas comprando pescado o Pablo Casado saludando a inmigrantes negros), Uriarte no tiene reparos en reconocer que vive de rentar un piso de su familia de pasta, que se codea con pijos bilbaínos y que no la ha hincado en su vida.

Se propuso no tener que trabajar en una oficina, tuvo la oportunidad que le daba su clase para hacerlo y lo cumplió. Qué envidia. De hecho, una de sus obsesiones es el curro. Trabajar, madrugar, medrar… Pasando. Sobre ir a trabajar y sobre triunfar en la vida escribe: “No conozco a tontos, es una de las ventajas de no trabajar y de relacionarme solo con quien quiero”. “Es evidente que cualquiera de los que están arriba ha tratado a los otros como un medio y no como un fin. Y así solo se va cuesta abajo”. Y aunque Uriarte escribe de maravilla, pasa de publicar y del mundo editorial. Prefiere leer con su gato en casa o en su adorado Benidorm, al que regresa cada año.

Y para más gozo, en sus Diarios carga duramente contra los nacionalistas vascos y también contra los que viven de odiar el nacionalismo vasco. Los dos igual de cansinos, jetas y sectarios. Uriarte, además, desenmascara de forma brillante y certera a la intelectualidad vasca (por ejemplo a Atxaga y a Juaristi) y pone fino al baracaldés De Prada. Sobre los escritores dice: “Hace tiempo que poético quiere decir cursi y teatral y equivale a afectado, pero ahora queda claro que literario significa estrictamente pelmazo”.

Tras tres baños y ese atardecer alucinante, me pregunté, regresando a casa, lo que se pregunta Tom Waits en La ley de la calle: ¿Cuántos veranos me quedan? Pero no pensé en cursiladas, toda esa mierda del carpe diem. Y también recordé a Uribe: “Decir que la vida es un regalo es una idiotez, a lo sumo hay que decir que si estás vivo te estás librando de una buena”.

Benidorm