Laura Gost nació en Mallorca en 1993 y es escritora y guionista. Actualmente combina su trabajo como responsable de comunicación con el de creadora. En su mochila, numerosos premios literarios, de dramaturgia y también un Premio Goya por el cortometraje Woody & Woody que le otorgó la Academia en 2018. De su carrera prolífica, destacamos sus dos últimas novelas, La prima mayor y El mundo se vuelve sencillo, que fueron escritos originariamente en catalán titulados como La cosina gran y El món es torna senzill. 

En El mundo se vuelve sencillo, con una prosa audaz e irónica, acompañamos a la protagonista desde la perdida de su madre a los catorce años, hasta que es una joven adulta, pasando por su primer polvo, su primer novio, sus amistades y un vacío emocional interno que alivia vomitando casi todo lo que come. La evolución personal, la exploración de los deseos y la gestión de las contradicciones confluyen en un testimonio que es tambien, sobre todo, un manifiesto a favor de la libertad de elección como única forma de vivir.

Charlamos con la autora de su experiencia como escritora de personajes, historias y diálogos. En El mundo se vuelve sencillo, su última novela traducida por ella misma para la editorial Barrett, explora el concepto del vacío. El cómo somos animales en busca de saciarlo pero al mismo tiempo necesitados de él para entender nuestra propia existencia. De esas contradicciones bebe la protagonista de una novela llena de contradicciones que no hacen más que generar o destruir, para luego volver a generar empatía con sus personajes. Ese círculo vicioso es precisamente la característica más interesante para Laura Gost que, si bien no ha escrito una historia autobiográfica, si que ha utilizado testimonios cercanos para componer su crudo y sincero relato.

Podría parecer un libro autobiográfico dada la crudeza de algunas situaciones, sin embargo ¿Cuál es la línea entre lo personal y la ficción?

No es un libro autobiográfico. Es verdad que es una primera persona, pero nace más de experiencias que viví de cerca en mi entorno y no es propiamente autobiográfica. De hecho, el carácter de la protagonista es bastante diferente al mío. Incluso las experiencias sentimentales son ficticias.

El mundo se vuelve sencillo, novela de Laura Gost

¿La conexión con la maternidad estaba ahí desde el principio cuando iniciaste la novela? ¿Era esta ironía final la que te motivó a escribir?

Lo que quería era que fuera un relato que me permitiera, tanto a través de la ingesta de alimentos y la expulsión, como también a través de los vínculos sexoafectivos, hacer una reflexión sobre la idea de plenitud, de vacío. Sobre la contradicción de cómo alguien a veces puede incluso sentirse vacío cuando está lleno, ya sea de un alimento o incluso de un afecto.

Reflexionar a través de los fluidos sobre esa contradicción.  También creo que hay algo de generacional ahí. Por eso quería hacer un recorrido por diferentes highlights que sí que son especificamente femeninos. Hablar no sólo de fluidos explícitos sino también de sudor, la sangre… El tema del aborto y la maternidad. Hablar de estos vacíos y de la sensación de plenitud que está más ligada a la experiencia femenina, en este caso.

Los nacidos en los principios de los 90, ¿Hemos normalizado como generación el asunto de perder el control o sencillamente somos adictos a querer perderlo para volver a encontrarlo continuamente?

Sí, a mi me parece que ya hemos crecido con esa resignación a que todo es muy difícil, la sensación de precariedad o de incertidumbre permanente. La aspiración a tener el control de manera constante es muy legítima, pero también bastante improbable que se cumpla al 100%.

En el caso de la protagonista, y ahí si que me he permitido mi propia experiencia, creo que a lo máximo que podemos aspirar es a estar en paz con ese conflicto permanente, con esas pulsiones que a veces son contradictorias.

Una de esas contradicciones es buscar el control pero también sentir que el control, o el exceso de control, puede llegar a ser molesto en un momento dado. Cuando eso ocurre, lo que haces es filtrear con cierto abismo, con tus propias sombras, con ese punto de descontrol para luego a lo mejor poder volver a aspirar a buscarlo. Es casi un juego que se retroalimenta y creo que con eso si que nos podemos sentir identificados los de nuestra generación. En muchos ámbitos nuestra vida.

Y si ya nos vamos al ámbito laboral de aquellos que se dedican a la creación o a las artes…

Incluso en el ámbito sentimental. Por un lado buscar ese afecto cercano, la calidez de tener a alguien, pero luego, al mismo tiempo, estamos permanentemente creando modelos que a lo mejor evitan sentir un exceso de certezas sobre lo que es un camino definitivo o lo que es para siempre.

Digamos que es todo muy permeable, buscamos esa reversibilidad permamententemente. En la novela, lo del vómito es una especie de paralelismo con esa búsqueda de la reversibilidad, de lo que puede ser expulsado para luego volver a intentar llenarlo de otra manera.

Me interesa mucho esta reflexión de la protagonista: «Mi individualidad se erige como un sintoma débil e impostado de superioridad moral; la garantía de algún tipo de originalidad que me atribuyo y que no es más que el eufemismo con el que intento esquivar la sombra de la soledad y el aislamiento que me han acompañado a menudo». ¿Tenemos que ser originales pero al mismo tiempo iguales que el resto para no destacar por algo malo?.

Sí, y también incluso diría que esa reflexión en concreto nace más de mi experiencia como adolescente atípica. A mi, por ejemplo, me preocupaba sentir que me diluía en el entorno.

En algún momento de mi adolescencia recuerdo observar las pandillas, la idea de homogeneidad, de personalidades y carácteres. Refugiarme en ese síntoma de superioridad que al final es impostado. Pensar que al menos tú estás siendo original, aunque tenga mis propios demonios o abismos. Te dices que al menos eres original, incluso en la búsqueda de los mismos.

Al final, crecer también implica perder un poco esa prepotencia (quiero pensar) y, por tanto, en algún momento de mi vida fui consciente de cómo al final te escondes en eso. A veces la protagonista querría ser una bulímica «estándar», para, al menos, gozar de estos parámetros compartidos. De ese perfil más de manual, de escala aséptica de psicólogo.

Es también una forma de contradicción. Por un lado, quiere sentir que es individual, original, diferente… es un personaje de novela más complejo, con más aristas, pero al mismo tiempo también filtrea con la idea de ser más convencional.

De hecho, para mí, la última contradicción es lo de la maternidad. Es una decisión que en la novela alguien podría tildar de demasiado conservadora para alguien que ha filtreado con cambios, maneras menos convencionales para, al final, optar por eso. Pero es que yo quiero que el libro también sirva para aceptar eso. Que incluso puedas cambiar de modelo, querer ser convencional o conservadora en algo.

Incluso si no te dedicas a las artes también puedas tener ese tipo de conflicto. Y por eso la protagonista es masajista. Para que todos esos monstruos no solo puedan adjudicarse simplemente por el hecho de ser artista, por ejemplo, que ya tenemos más claro que hay esa «impunidad». El decir: «bueno, es artista, es estravagante, no pasa nada». Pero si en cambio es masajista, pues también, que también pueda tener esos monstruos internos.

Tu novela anterior, La cosina gran (La prima mayor) fue publicado y luego traducido por la firma Temas de Hoy, ahora estás con Barrett. ¿Cómo ha sido tu experiencia con las editoriales? ¿Cómo llegas a ellas?

Escribí La prima mayor en 2019 y la verdad es que funcionó muy bien, fue la más vencida en Sant Jordi en Mallorca, luego tuvo tres ediciones muy rápidamente y fiché con una agencia literaria. Paralelamente me hicieron ya una oferta para la siguiente novela en Empúries, que es de Grupo Planeta.

Por tanto el hecho de ya tener ese vínculo con Empúries, más también el hecho de haber fichado en esa agencia literaria propició que desde Temas de Hoy, que también era Grupo Planeta me propusieran traducirlo al castellano y luego después también con Grupo Planeta se tradujo al italiano y con otro grupo al griego. Que todavía no ha salido pero ya se ha traducido.

Y luego escribí por otro lado con Empúries El mundo se vuelve sencillo. Para entonces Temas de Hoy ya había hecho un cambio de editor, había un poco de movimiento. De hecho, mi anterior editor, ahora es el que ha comprado los derechos para hacer el audiolibro de El mundo se vuelve sencillo para Audible y hemos mantenido este vínculo. Pero en cambio Barret fue la primera que hizo la oferta y la verdad es que me interesaba que saliera. Barret me gustaba como sello. Por eso dije que sí.

Intento también ser un poco leal con las primeras que te hacen una oferta porque creo que hay que valorar ese detalle. Me pasó lo mismo con la oferta de la publicación de la segunda novela. La primera oferta de la editorial. Luego llegaron otras, a lo mejor incluso más cuantiosas pero el hecho de que alguien se interese en publicarte o traducirte y sean los primeros… yo intento valorarlo mucho.

Ese fue el recorrido, pero he tenido mucha suerte. Lo he tenido muy fácil. Creo que hay gente que lo tiene muchísimo más difícil. A lo mejor en algún momento de mi vida me voy a encontrar que me resulta más complicado.

Te conocemos también por el Goya que ganásteis por el cortometraje de animación Woody & Woody, ¿Cuál es tu conexión con otras ramas de la creación? 

Siempre he tenido contacto con el audiovisual y el punto de inflexión fue ese Goya con Jaume Carrió. Por otro lado, también escribo teatro. En el 2019 gané el V Torneo de Dramaturgia de las Islas Baleares con Seguí y luego el Torneo de Dramaturgia Catalana con Matar el pare. Con esa misma me fui a Buenos Aires y quedé segunda, por ejemplo. Es un recorrido que me gusta mucho porque a mi me encantan los diálogos. Aunque en esta novela estén integrados en el monólogo interior, a mi me encantan esos diálogos y siempre digo que cuando hago teatro parece que tengo que ser como «barata» a nivel de obras. Porque solo pongo a personas que están hablando. Por eso el teatro me permite potenciar esto mucho.

Me gusta entrar y salir y ser un poco outsider en los otros dos sectores porque no me dedico exclusivamente a ellos y sería diferente. Trabajo como responsable de comunicación en una fundación porque quiero sentirme libre escribiendo y la única manera que de momento puedo tener para que eso ocurra es tener ingresos de otro sitio.

Y como lectora o espectadora, ¿Qué historias son las que te atrapan? ¿Se parecen a las que escribes?

Eso me pasa mucho. A veces sí que hay referentes. Por ejemplo, Woody Allen para el cine y el teatro o Billy Wilder y Richard Linklater, como fuente de inspiración. Pero si hablo de narrativa, no tiene nada que ver. Me fascina el realismo mágico de García Márquez pero también Julian Barnes, Annie Ernaux o Gillian Flynn. Esta última es una autora que me encanta de novela negra. Tuve una época donde me leí toda la novela victoriana existente y todo eso ha confluido a que también llegue a donde estoy ahora.

Pero me gusta leer a autores muy diferentes. De hecho, el estilo a veces de la segunda novela no se parece a la primera. Cada novela exige una voz distinta. Pero como lectora son bastante dispares los autores que admiro.

He trabajado mucho en bibliotecas y librerías y eso es algo que echo de menos porque me permitía estar muy al día y leer muchos libros a la semana. Era muy enriquecedor.

Hablaba hace poco con la autora Eli Ríos sobre los pocos referentes femeninos que encontramos en nuestra infancia en el colegio o en el instituto. ¿Crees que sigue habiendo mucho trabajo por hacer en ese aspecto?

Creo que sigue habiendo trabajo por hacer pero, por ejemplo, en mi caso en casa teníamos muchos libros y puedo decir que mis primeras lecturas fueron de autoras. Siempre digo que una de las cosas que más ilusión me hizo cuando me iban a publicar la segunda novela fue: «Ah, qué bien, Harry Potter, que fue de los primeros libros que ya no eran cuentos que leí, también publica en catalán con Empúries».

Luego ya pasé a Isabel Allende, Jane Austen, Emily Brontë… las leí a lo mejor con 12 o 13 años y eran autoras. Isabel Allende la leí bastante en ese momento, fue mi transición de novela más juvenil a novela más adulta y recuerdo leer La casa de los espíritus con 11. En ese momento tenía muy presente que había autoras.

A lo mejor por una búsqueda inconsciente de empatía o pensar que su universo podía ser más afín al mío. Buscaba muchas autoras cuando estaba en la biblioteca de mis padres y por tanto ya luego eres más consciente de que hay menos. Pero en ese momento, como yo las buscaba, leí bastantes. Sí que creo que en el instituto en general eran autores y hay mucho trabajo por hacer. Pero me hace ilusión que La cosina gran se está leyendo como en 17 institutos. El hecho de saber que en secundaria se está leyendo e ir hablar con ellos para mi es lo más enriquecedor que hay. Me hace sentir muy bien porque sí que creo que a lo mejor a nivel de oferta de instituto había un vacío en ese sentido.

¿Más de Cultura y menos de qué?

Y menos de dogmatismo.